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Opinión

Teoría de los sentimientos morales

Si Adam Smith tenía razón, el sanchismo tiene un problema y los ciudadanos que somos gobernados por el sanchismo tenemos un problemón

El Supremo propone juzgar a Ábalos, Koldo y De Aldama por presuntas irregularidades en la compra de mascarillas EUROPAPRESS

Dicen que Adam Smith, ese escocés tan fascinante que revolucionó el pensamiento económico con sus ideas liberales, en realidad lo que le interesaba era la moral. Por eso mismo su primera gran obra fue «La teoría de los sentimientos morales», en la que se puso ahí a darle a la neurona para entender qué hace que una sociedad se mantenga cohesionada y no nos comportemos como los macacos que llevamos dentro.

Resulta que Smith, en sus largos paseos en solitario durante los cuales se quedaba absorto musitando cosas ininteligibles, llegó a la conclusión de que todo se basa en la sinceridad y veracidad. Dicho de otra manera, hay que huir de la mentira como de la peste, porque mentir destruye la confianza y se carga la cooperación entre diferentes.

Precisamente, si un buen día nos atrevimos a dejar la tribu y relacionarnos con perfectos desconocidos, fue porque nos convencimos de que la gente, normalmente, siente vergüenza si se gana la fama de embustera. Es verdad que siempre te arriesgas a que un nota te dé gato por liebre, pero el riesgo/beneficio merece la pena porque, por lo general, lo que más abunda en el mundo es la buena gente. Aunque sólo sea buena nivel usuario, lo justo para pasar el día.

Es más, Adam Smith dejó escrita una profecía que, vista con los ojos del homo ibericus de hogaño, ese que trata de sobrevivir en la sabana sanchista, acongoja un poco: «El hombre que acostumbra a engañar pierde el respeto por la verdad, y pronto se hace incapaz de distinguir entre lo verdadero y lo falso incluso en su propio pensamiento». Pues bien, si Smith tenía razón, el sanchismo tiene un problema y los ciudadanos que somos gobernados por el sanchismo tenemos un problemón.

Si algo ha quedado claro estos últimos días es que España es ahora mismo el Silicon Valley de la trola. Si los embustes que sobrevuelan nuestro país fueran drones rusos no habría Coalición de los Dispuestos que nos pudiera salvar. La mentira lo impregna todo y uno ya no sabe, como apuntaba Smith, si el que miente es consciente de sus patrañas o ya vive definitivamente en aquella novela de Rodari titulada Gelsomino en el país de los mentirosos.

Lo malo de la mentira es que actúa como un escarabajo pelotero que levanta un muro de antipolítica, ese excremento que destruye la confianza ciudadana y corroe la cohesión social. Sentimos los vapores pegajosos de la insinceridad cuando una fontanera o un presidente hacen el numerito de las gafas de cerca para negar que sean fontaneras o asegurar que algo no les consta.

Reconocemos el aroma a mentira en el rostro impávido de un Fiscal General del Estado mientras la jefa de la Unidad de Apoyo confirma ante el tribunal que no hay protocolo alguno que le obligara a borrar las conversaciones clave sobre el delito de revelación de secretos por el que se le juzga. Y sentimos que la falacia ya ha ganado la partida cuando un ministro comparece para celebrar que, de momento, ni putero ni cobrador de mordidas; que sólo nos mintió descaradamente.

El informe de la UCO que tanto celebra Ángel Víctor Torres demuestra que mintió: sí tenía una relación de cierta confianza con Koldo, sí se reunió con Aldama y sí presionó a funcionarios para que pagaran las facturas a una trama presuntamente corrupta. Bien está que Torres pueda presumir de que no hay pruebas de que trincara, pero uno echa en falta que el ahora ministro sintiera cierto pudor al comprobarse que, en el mejor de los casos, actuó como un tolili algo mentirosillo.

El informe de la UCO dibuja a un expresidente canario que, con tal de medrar en el sanchismo y acercarse al entonces poderoso Ábalos, se puso al servicio de un personaje como Koldo, sin olerse lo que era Koldo. Cagarse en todos los santos (Torres dixit) porque unos trabajadores públicos no veían claro lo de pagar un sobrecoste a una empresa que recomendaban unos compadres del PSOE y amenazar con levantar por el aire a la funcionaria que estaba siendo celosa en su trabajo debería ser motivo para que Torres no sacara pecho palomo.

El problema es que el pecho palomo es el mal de nuestro tiempo. Es el pecho palomo de García Ortiz durante su propio juicio. Es el pecho palomo con el que Miguel Ángel Gallardo recrimina a Mazón no haber dimitido antes, él que va a concurrir a unas elecciones en Extremadura como imputado sin haber dimitido. Y es el pecho palomo con el que Sánchez se ha planteado arropar al propio Gallardo, el Duplantis extremeño; el hombre que cogió una pértiga para aforarse de urgencia en una maniobra tan chusca que obligó al Superior de Justicia a regurgitar la percha y al propio Gallardo. Estamos asistiendo a algo más que un festival de mentiras.

Es una desvergüenza que empuja al ciudadano a un exilio interior del que nos costará años salir. Urge reaccionar para exigir una vuelta a lo que Smith llamó los sentimientos morales. ¿Reaccionaremos o empieza a ser demasiado tarde?