Operación Púnica
Terapia en un campo de fútbol
David Marjaliza utiliza las horas de deporte dentro de la cárcel para dar vueltas al terreno
Un campo de fútbol, además del terreno donde se practica uno de los deportes más extendidos por el mundo, es algo así como un centro en el que se ponen a prueba la fortaleza y la debilidad de hombres y mujeres, y hasta su propia psicología. No hay portero que no se haya acordado dos veces por partido de la madre de a quien se le ocurrieron las medidas de la portería; ni delantero, en cuyas botas está el gol decisivo, que piense, acordándose de la misma y sufrida progenitora, de la pequeña distancia que media entre palos y el larguero y el suelo. Lo mismo ocurre con los otros jugadores: el defensa, que se enfrenta a que, si pasa el balón, lo haga también el delantero; los medios, que en los días malos se llevan todas las broncas, y así sucesivamente.
Ansias de libertad
Dar vueltas a un campo de fútbol corriendo en solitario, sobre todo si ese terreno de juego se encuentra dentro de una prisión, se convierte en el aglutinante de todas esas sensaciones, mezcladas, claro está, con las lógicas ansias de libertad que tiene cualquier recluso.
David Marjaliza Villaseñor, presunto cabecilla de la «trama Púnica» junto a su socio y ex consejero de la Comunidad de Madrid Francisco Granados, es uno de los preso preventivos en la cárcel de Aranjuez.
Dedica todos los días, durante el periodo asignado para la práctica de deporte, a dar vuelta tras vuelta al campo de fútbol.
Eso da mucho tiempo para pensar: «¿Meto el gol, o me lo meten a mí?; ¿intento hacer creer a la Justicia que yo estaba en el banquillo y me sacaban de vez en cuando a jugar o digo la verdad, que era una de las estrellas del equipo?
A Marjaliza, sin que tuviera que llegar un rayo del cielo, le debió de llegar la claridad en una de esas vueltas que, de tanto repetirse, deben de convertirse en algo así como la noria de la conciencia. Y se decidió a hablar.
A partir de ese momento, la investigación del «caso Púnica» ha cobrado un nuevo impulso y crece el número de los imputados. A Marjaliza, además de la terapia en torno al rectángulo futbolero, no se le conoce ninguna actividad (y ésta tampoco lo es) extraordinaria ya que se ha adaptado perfectamente a la vida dentro del Centro Penitenciario de Aranjuez, en Madrid.
Limpia baños
Se encuentra confinado en una celda de uno de los llamados «módulos de respeto», en los que está obligado a colaborar con los demás reclusos en las labores de mantenimiento: una semana le toca servir la comida; otra, limpiar los retretes (el «tigre», en la terminología carcelaria), y, en general, todas aquellas misiones que le encomienden los responsables del centro. Según han informado a LA RAZÓN fuentes solventes, Marjaliza no ha dado ningún tipo de problema desde que el 27 de octubre ingresó en prisión; el trato con sus compañeros de módulo es siempre correcto y lo mismo ocurre con los funcionarios de prisiones. «Está completamente integrado en la vida del centro y se muestra siempre muy colaborador», agregan.
Un módulo de respeto es una unidad de separación interior dentro de un centro penitenciario. Su finalidad es lograr un clima de convivencia y máximo respeto entre los residentes de dicho espacio. De lo que se trata es de que en ellos el recluso deje de considerar el módulo y sus normas como «algo impuesto» para considerarlo como «algo propio». El factor fundamental es la participación del interno en la vida, las tareas y las decisiones, a través de grupos de trabajo y comisiones de internos.
Los que le tratan comentan que Marjaliza es una persona «muy inteligente», por lo que cuadra perfectamente en las características que debe tener un recluso en un «módulo de respeto» en el que, según la normativa penitenciaria, la inclusión es voluntaria y lleva implícita la aceptación de las normas del departamento: las ya citadas con respecto a la higiene, aspecto, vestuario y cuidado de celda.
También debe ocuparse de la limpieza de las áreas comunes, las buenas relaciones con los otros presos y la participación en lo que se denomina Programa Individual de Tratamiento (PIT).
Al parecer, Marjaliza, por su experiencia comercial y empresarial, se encuentra como pez en el agua en lo que se refiere a la organización de la vida del módulo en el que se encuentra y que incluye la sala de actividades, el comedor, la galería, el patio, los cristales, los talleres ocupacionales, etcétera.
Evalúan su actividad
Las fuentes consultadas no quisieron revelar este detalle, pero Marjaliza no ha debido de plantear ningún problema ya que, cada semana, se evalúa la actividad que ha realizado y se le asigna una diferente. En función de las «notas» alcanzadas se persigue el incremento de responsabilidad de los más capaces.
De hecho, el jefe del grupo se encarga de repartir el trabajo de forma equilibrada entre sus componentes. También de solucionar los problemas internos que puedan surgir. Y orienta a los que se incorporan por primera vez al grupo. A Marjaliza que, según las investigaciones, ha negociado «comisiones» con propios y extraños, una de las misiones que se le encomienda es, precisamente, la del «diálogo y la negociación», dentro de las normas penitenciarias, ya que en definitiva está en la cárcel. Cosas de la vida.
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