El desafío independentista

Todas las diadas de una diada

"Hasta que nos dejen irnos de una vez, vamos a seguir saliendo a la calle y demostrarle al mundo de qué piel estamos hechos los catalanes", dice un padre de la familia

Un perro con la estelada en el Paseo de la Pau de Berga
Un perro con la estelada en el Paseo de la Pau de Bergalarazon

El parque de la Ciudadela es en este domingo de Diada el ruedo donde desemboca más o menos atropelladamente el encierro en el que consiste en Barcelona la Diada. Es mediodía y a esta hora se ven ya familias de celebrantes, envueltos en las esteladas, que buscan una sombra antes de que a las 17:14 en punto dé comienzo la ceremonia. La imagen es ya un clásico en este 11 de septiembre en Cataluña, jornada en la que son muchas las Diadas que conmemorar. También en el parque de la Ciudadela.

Debajo del Naranjo de los Osage, un árbol de una docena de metros, un padre y una madre, junto a sus tres hijos, llegados esta mañana en coche desde el municipio de El Masnou, comparten la sombra con un treintañero que lee sin pestañear. "Hasta que nos dejen irnos de una vez, vamos a seguir saliendo a la calle y demostrarle al mundo de qué piel estamos hechos los catalanes", dice algo rígido Iván, el padre de la familia. Los demás callan como rocas, cumpliéndose así aquella creencia de Teofrasto de que había piedras que parían piedras. Y nacionalistas que engendran a quienes dentro de medio siglo seguirán reclamando lo mismo que sus mayores.

Si algo pretenden desde 2012 los organizadores de la corrida independentista es dar una imagen al mundo de la gran fiesta de la familia catalana: unión, comunidad, cariño, pacifismo, firmeza, emoción; nada parecido al carácter mineral del clan del naranjo. A unos metros de la prole, el joven lector no le quita ojo a 'El lobo estepario', de Herman Hesse. Antoine es francés y ha llegado hace dos semanas para estudiar con un programa Erasmus en la Autónoma. "No puedo decir mucho. No conozco la historia ni la comprendo", explica antes de responder que no, "no creo que Cataluña sea un pueblo oprimido. De todos modos", avisa el joven estudiante, "no soy un partidario de los pueblos o las tribus pero es interesante mirar".

La tribu catalana, la verdadera, la oficial, la que porta la estelada en los alrededores del Arco del Triunfo, donde concluye el paseo de Sant Joan, anda preparada para el instante. 'A punto', es el lema de la Diada de 2016. "A punto de ser una república independiente, claro", explica Pau, quien ha llegado en autocar desde Torbera junto a cinco primos: la parentela, se entiende, sin connotaciones descalificativas. Hasta la llegada del reportero, la conversación ha girado en torno a la derrota del Barça frente al Alavés. "La independencia será mejor para todos, para catalanes y para españoles", señala sonriente Pau, en tanto las multitudes no paran de arremolinarse con ordenado desorden. "¿Y ahora qué hay que hacer?", se pregunta una señora a la espera de unas supuestas instrucciones. Masas que aguardan, en tiempo de saludo, la orden de su líder.

O sea, del presidente de la Generalidad. Carles Puigdemont ha anunciado hace unos minutos con solemnidad el proceso constituyente para 2017, el nuevo horizonte. Siempre está el horizonte, aunque por ahora no se haya alejado demasiado de él mismo. Como ocurría sobre los cuerpos de algunos ermitaños zoroástricos, sobre el horizonte independentista ha construido su nido una pareja de abubillas. En 2014, el lema fue 'Ahora es la hora'; en 2015, 'Vía libre'. ¿En 2020 será 'Casi ya'? "Para nada. Ésta será la última vez", garantiza una mujer que no quiere confiar su nombre y que agita una estelada con un entusiasmo rayano en la furia. Lo peor será la frustración: la de los catalanes a quienes se les ha esperanzado con fantasías o la de aquellos otros catalanes, tan catalanes como los otros y que también celebran su Diada, que esperan el fin de la pesadilla.

Del sueño a la pesadilla, de la fiesta a la revolución, del juego al negocio, hay muchas Diadas integradas en esa Diada unitaria con la que fantasean los comisarios políticos. "España nos roba y el mundo nos mira", reza una pancarta en un balcón cerca de la plaza de Tetuán, lugar donde comienza a congregarse el gentío a la espera de la hora H. Son casi las 17:14 y un repique de campanas en Lérida impactará en la primera ficha de dominó. El observador imparcial, esa pareja de pensionistas llegados desde Córdoba que se han topado “por sorpresa” con el sarao, apunta con tino: “Quienes, por edad, recordamos de las demostraciones de masa del franquismo no podemos evitar pensar que todos los totalitarismos son iguales”, resume el profesor jubilado José María.

"Que dejemos de tener una celebración de rencor y pase a ser una de convivencia, donde todos los catalanes se sientan integrados", desvela Lola, quien, sin atuendos festivos, hace como que pasaba por aquí. "La independencia para algunos es su modo de vida, que es como era la revolución hace unas décadas", dice esta barcelonesa. Cuando estallan las revoluciones, escribió Julio Camba, los cafés se quedan vacíos: todos están buscando un carguito. Y algunos, claro, se asoman por si el azar los cuela en una foto histórica. Hasta el año que viene, que todo seguirá igual.