Opinión

Trincheras que impiden levantar puentes

Las palabras nunca son inocentes. Miles de ciudadanos deberían mandar al rincón de pensar a quienes las usamos como arma de destrucción del adversario

Pedro Sánchez, el pasado miércoles en el Pleno del Congreso de los Diputados
Pedro Sánchez, el pasado miércoles en el Pleno del Congreso de los DiputadosAlberto R. RoldánFotógrafos

Mientras esta semana en el Congreso de los Diputados asistimos perplejos a la lucha por el insulto más descarnado, en Europa se preparan para un incremento del conflicto bélico con Rusia. Ese mismo miércoles donde un país volvía su mirada ante un debate al máximo nivel en las Cortes, el activo puerto de Rotterdam hace hueco para el desembarco de armamento de Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá. España por su parte activa su gasto en Defensa por necesidades urgentes en 4.500 millones.

Cataluña sufre la peor campaña de incendios (sexta generación), el norte de España sufriendo una nueva Dana en pleno periodo estival y hay quienes siguen negando el cambio climático y la necesidad de reforzarnos ante esta nueva realidad que se hace cada vez más presente entre nosotros. Hablo de un Estado fuerte, que nos protege a todos, que supera individualismos y egoísmos que reivindican quienes no entienden el rumbo que corren estos tiempos donde aislarte no es una opción y te debilita en un entorno cada vez más hostil y globalizado. No es nuevo y volvemos al debate de unos territorios frente a otros, de aquellos de quienes creen que su incapacidad para generar progreso cuando han gobernado se puede ocultar detrás de la insolidaridad y enfrentamiento territorial.

Mejores servicios públicos y una financiación justa genera riqueza para todos; lo contrario, repartir miseria y perder oportunidades como país. Si desmontas el Estado, dejas a la gente a la intemperie y las consecuencias ya son conocidas.

Volviendo al Pleno de esta semana, fue lo esperable, o no. Incluso avezados periodistas y cronistas políticos en nuestro país que han seguido estas sesiones desde la propia transición no encontraban un momento de similitud en la historia reciente de España.

Se superaron todas las líneas, se quebraron todos los puentes, se rebasaron todos los ataques posibles, y perdió España. El clima político en nuestro país se hace irrespirable.

Hoy mismo escuchaba a Alfonso Guerra apelar una vez más a esa revolución pendiente que tiene nuestro país, la revolución del respeto anhelada ya hace casi un siglo por Fernando de los Ríos, pero siento que cada vez se encuentra más lejos. Estamos en un espacio de violencia verbal donde no cabe el diálogo ni el respeto. El insulto al que nos estamos acostumbrando rompe la convivencia democrática.

No estamos ante una simple polarización en la política española. Nuestras conductas están erosionando los valores democráticos y dando gasolina a los fanatismos de posiciones extremas y ultras que sacan tajada ante esta situación y nos llevan a un horizonte incierto y preocupante.

Siempre me he rebelado contra cualquier injusticia, y lo seguiré haciendo, pero lo haré desde el respeto profundo por la democracia y los valores en los que creo y los derechos humanos, porque entiendo que es la única forma de preservar el tejido democrático. El defender desde el sentimiento aquello en lo que crees aunque a veces te genere conflicto incluso entre los tuyos. Jalear el insulto siempre resulta más sencillo pero no debemos olvidar que la rebeldía ante lo injusto nunca debe transformarse en violencia o destrucción absoluta como manifestaba Albert Camus y esta semana hemos olvidado nuestras señorías. Pues nada sigamos por este camino, ya lo dice el CIS esta semana, ascenso de la ultraderecha y pagan el resto. Se ve que la reposición pirómana pero más cutre del que se caiga España que ya la levantaremos beneficia a los ultras.

El respeto no es solo tolerancia ante quien piensa o siente de otra manera, a tu adversario, sino que exige el ponerse en su lugar, empatía y escuchar con voluntad de entenderle, y eso parece que no tiene espacio en la política española en estos tiempos. No se puede hacer historia con fanatismos ni escribirla con odio. La historia de España está llena de hombres y mujeres que cuando todo se volvió odio eligieron no odiar. Prefirieron la libertad con soledad a la obediencia con aplausos. Seguramente esta posición puede aislarte transitoriamente dentro de tu propio partido o del clima político imperante en este momento, pero con el tiempo comprenderás que es el camino correcto y el que merece España. Fernando de los Ríos, en honor al principio de la libertad, reclamaba a los diputados del momento que fueran sentidos y no resentidos, quizá en estos momentos al Congreso de los Diputados le faltan debates sentidos, incluso pasionales, desde la responsabilidad, el respeto y el compromiso con la verdad.

Las palabras tienen piel y nunca son inocentes. Seguramente en estos momentos miles de ciudadanos deberían mandar al rincón de pensar a quienes la usamos como arma de destrucción del adversario, pensando en el tacticismo electoral en lugar de utilizarlas en favor de los intereses generales, del progreso de España y del futuro de nuestros jóvenes. Hablamos de educación, hablamos de enseñar a las generaciones que vienen detrás, pero tan solo cultivamos trincheras y muros que impiden levantar puentes entre diferentes.

Estamos viendo en nuestro entorno dónde nos conduce este camino. Si seguimos cavando acabaremos lamentando las consecuencias, pero en ese momento ya será tarde. Desgraciadamente la historia siempre vuelve y en demasiadas ocasiones se repite. Ya sé, me dirán que gana el más fuerte, y yo responderé que en ese caso quien pierde es la gente. Me vuelvo al rincón de pensar mientras Trump nos anuncia más aranceles; en fin este debate afecta a los españoles y exige propuestas, los insultos son más sencillos y quizás más rentables en las siguientes elecciones.