Elecciones generales

Una calculadora para el presidente

Nadie las tiene todas consigo y nadie se atreve a pronosticar un resultado. Los pactos decidirán. Todo está abierto en unos comicios con dos bloques enfrentados a cara de perro y en los que España se juega su futuro como nación y su modelo económico y de bienestar

Una calculadora para el presidente
Una calculadora para el presidentelarazon

Nadie las tiene todas consigo y nadie se atreve a pronosticar un resultado. Los pactos decidirán. Todo está abierto en unos comicios con dos bloques enfrentados a cara de perro y en los que España se juega su futuro como nación y su modelo económico y de bienestar

Es la gran incógnita, España vota hoy, pero ¿quién la gobernará? Lo definen bien expertos sociólogos: «España se la juega con un presidente en el aire». Porque nadie las tiene todas consigo y nadie se atreve a pronosticar el resultado final. Cuando los pactos deciden, todo está abierto. El cierre de esta bronca campaña arroja un certero análisis: nervios en el PSOE, movilización enorme del centro-derecha y nueva esperanza para la extrema izquierda. Dos bloques enfrentados a cara de perro y unas elecciones en las que España se juega su futuro como nación. Y también, su modelo económico y de bienestar. Radical y de abultado coste fiscal si Pedro Sánchez se ve obligado a pactar con Podemos. Liberal, moderado y salvador de las clases medias si Pablo Casado llega a La Moncloa. Dos altos dirigentes del PSOE y el PP coinciden en el diagnóstico: «Crucemos los dedos, ya no hay tiempo para inventar nada».

Los debates televisivos, en especial el de Atresmedia, quebraron la euforia del PSOE. Pedro Sánchez estuvo incómodo, desarbolado e inquieto. Pablo Casado mantuvo un papel de hombre de estado, muy presidencial. Albert Rivera escenificó un papel de «Pepito Grillo» para arrebatar voto a diestro y siniestro. Pablo Iglesias logró atraer a una parte de su público, que tal vez tenía ya decidido regresar al PSOE. Y sobre los potenciales ganadores, el bloque de la izquierda, la sombra del miedo. Miedo con mayúsculas a Vox, el gran enigma, el huracán que azota las masas con fuerza. Los últimos mensajes han variado un poco: Sánchez abre las puertas a un gobierno de coalición con Podemos, sin nacionalistas «poco de fiar». Y Casado hace lo mismo con Ciudadanos y Vox, con quienes habrá seguro de entenderse de cumplirse los sondeos previstos.

Pedro Sánchez salió tocado de los debates y los socialistas lo saben. Todo su mensaje ha sido una invocación al temor, pánico feroz a esa ultraderecha que, de contemplar la masiva asistencia a sus mítines, no ha cuajado. «Ni una mala idea, ni una buena acción». Así definen la campaña del líder socialista algunos expertos, mientras que Pablo Casado se ha dejado la piel en desgranar sus propuestas en los dos temas que preocupan a España: el modelo territorial, con peligro para la unidad nacional si Sánchez pacta con Podemos y los separatistas, y el modelo económico ahora agazapado. Que nadie se llame a engaño, una victoria del PSOE reactivaría de inmediato el presupuesto, los impuestos salvajes, el alza del IRPF y la crucifixión para los autónomos. Pedro Sánchez ha cerrado la campaña con la peor cifra de paro que se recuerda, algo que los votantes no deberían olvidar. «Un falso moderado y un talibán después», dicen los asesores económicos de PP y Ciudadanos.

En los cuarteles generales de los cinco grandes partidos se contiene el aliento. En el PSOE rebajan la euforia. «Nada de confiarse, nada está ganado, la ultraderecha puede venir», es el pertinaz mensaje a sus leales. El PP observa una remontada de los indecisos, de su voto oculto, del hijo pródigo que volverá a casa. «Pablo será presidente», afirman convencidos de que finalmente se puede sumar. Todo depende de cómo se comporte Vox, la figura oculta del tablero, el ajedrez que ha desbordado el auditorio. «Ilusión es la palabra», aseguran en el entorno de Santiago Abascal muy seguros de romper a trozos las encuestas. En Ciudadanos opinan que Albert Rivera ha logrado convertirse en el eslabón necesario para el futuro gobierno, pese a su cordón sanitario contra el PSOE, que pocos se creen, y una sucia maniobra de transfugismo, una puñalada traicionera a Pablo Casado con el lamentable asunto de Ángel Garrido. «Puede no salirle bien», advierten los expertos ante maniobras y fichajes que desconciertan al electorado. Iglesias ha vuelto a los orígenes y juega sus cartas: o gobierno con Sánchez o a las catacumbas.

Los españoles nos jugamos mucho en estas elecciones. Pedro Sánchez advierte ahora de que los separatistas no son de fiar. «Tarde se da cuenta», subrayan en el PP. No les falta razón, dado que el líder del PSOE es un gran oportunista. Si necesita a sus socios de la moción de censura para mantener el poder, cederá. Y lo mismo hará con Podemos, tal como cedió en el tema de los alquileres sin calibrar las consecuencias, en contra incluso de la opinión del ministro de Fomento, José Luis Ábalos, alarmado por el riesgo de una economía intervenida. Apartada la ministra Nadia Calviño de la carrera, una mujer moderada que emprende rumbo a Bruselas, las titulares de Hacienda, María Jesús Montero, y de Trabajo, Magdalena Valerio, preparan una tremenda batería de medidas sobre impuestos y reforma laboral. «Si Sánchez gobierna, la economía se va a pique», denuncian los asesores de PP y Cs, y así lo temen en los despachos europeos.

El pesimismo cunde ante el modelo territorial, donde Sánchez ya ha demostrado su debilidad ante los separatistas catalanes y el PNV, un minúsculo partido de derechas hasta la médula, pero sin ningún rubor para pactar con la izquierda y sacar prebendas a todo trapo. Por no hablar de Bildu, otro posible socio del líder socialista, como bien revelan los últimos guiños de Arnaldo Otegui. Este fantasma atroz de la unidad nacional ha centrado buena parte de la campaña en el bloque de centroderecha y es una de las grandes bazas de Vox. «España se juega su supervivencia», clama con fuerza Santiago Abascal. Similar mensaje ha lanzado Pablo Casado, con la diferencia de presentarse como el valor seguro, el partido de gobierno, la casa común, el único capaz de frenar el separatismo con valentía, en el ejemplo de su candidata-estrella, Cayetana Álvarez de Toledo, los desmanes económicos, el desempleo y la amenaza de una nueva recesión.

Así las cosas, en esta hora final, hay mucho en juego. No sólo en política, sino también en el terreno de los principios y valores morales. España necesita un rearme de orgullo nacional y ético, algo que garantiza el PP de Pablo Casado, desgañitado en reclamar su voto útil. Lo que para la izquierda es retroceder a tinieblas franquistas, a las cavernas del pasado, para los partidos de centroderecha significa un soplo de aire fresco, una ventana al futuro. El problema radica en la fragmentación del electorado, nunca visto en la historia de nuestra democracia, en los indecisos, los descontentos y hasta en ese puñado de jóvenes que votan por vez primera. En este día decisivo, el PSOE huye del triunfalismo y teme las cifras del desenlace final. En el PP hay optimismo, convencidos de una remontada por los indecisos y el voto oculto. «Pablo Casado será presidente», aseguran en Génova trece. Ciudadanos bambolea como una peonza para ser bisagra. Podemos parece haber frenado algo su sangría. Y en Vox se muestran exultantes ante lo que vaticinan un resultado sorprendente y un posible «sorpasso» a Cs e, incluso, al PP en algunos territorios.

Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal llegan como jinetes desbocados al final de una carrera en la que el fantasma de las tres derechas, el «trifachito» tan invocado por el PSOE, se desvanece.

Cinco candidatos en liza ante un ciudadano harto del espectáculo político, que se ha movido algo tras los debates televisivos. Todos los sociólogos pronostican que su resultado influirá en el voto final. La cuenta atrás ha comenzado con Sánchez inquieto e inseguro, Pablo Casado rotundo y esperanzado, Rivera algo alocado, Iglesias con el látigo de su propio mando, y Abascal al galope de un caballo a todo trote. España vota hoy y se la juega, mientras los asesores de campaña tienen lo mismo sobre su mesa: una calculadora para sumar. Los pactos y las cifras mandan.