Barcelona
Xavier Sardá: El «último votante socialista»
Su porra para el 21-D es un «empate a dos» por eso cree que la solución es cambiar las reglas: «No podemos depender siempre de aritméticas»
Xavier Sardà es un periodista con MAYÚCULAS. Saltó a la fama con sus «Crónicas Marcianas», pero muchos recordamos su programa en Radio Nacional y su personaje más querido, el señor Casamajor, un viejo «cascarrabias, puñetero y sincero» que se permitía el lujo de calificar de «aburridita» una entrevista con un ministro de la época. Sardà se ponía en la piel de Casamajor y Casamajor en la de Sardà destilando «buen rollo, entendimiento», algo que ahora se echa a faltar y que se empeña en recuperar, aunque vaya a contracorriente.
Piensa que los últimos años han provocado un gran desgaste emocional que ha roto la imagen de «un “sol poble”». Esta «expresión es muy de los soberanistas. La utilicé en una carta que remití a Oriol Junqueras a la cárcel para decir intentemos conciliarnos, todos. Tener las diferencias normales, pero no un abismo entre dos Cataluñas». Vive con preocupación la situación y espera que tras el 21-D se puedan «tender puentes y para que, gane quien gane, la tarea principal consista en restañar heridas», como le dijo a Junqueras en esta misiva que el líder republicano contestó. «Decidimos que podían hacerse públicas porque somos dos personas en la distancia, hablando, de corazón y de buena fe, que es lo imprescindible en Cataluña», y remacha que «no puedo estar más lejos ideológicamente de Junqueras. Hemos compartido entrevistas, tertulias, palabras muy duras, pero a la vez tengo una vocación de entendimiento porque la gente lo está pasando mal». Aboga por la salida de Junqueras de prisión porque «Marta Rovira hace lo que puede, pero ERC es la telonera de Puigdemont».
Hace bandera, como el señor Casamajor, del diálogo y el entendimiento, pero vive la realidad. «Vamos a quedar empantanados bastante tiempo. La independencia nos ha dividido el país por la mitad». Es escéptico, aunque no se rinde al desaliento porque «estamos ante otra pantalla. El abismo se ha producido entre los líderes políticos y quiero pensar que aminoraremos tensiones». Siempre se postuló como el «último votante socialista», afirma con sorna que «hace cuatro o cinco años, los mítines del PSC se hacían en casas particulares», pero «Iceta hace un discurso que no es popular, no es facilón, pero que está cuajando y no siempre sólo con ex votantes socialistas». Lo enmarca en un proceso en el que «los que no son independentistas buscan opciones con un deseo y esmero no ideológico. Mucha gente mira a Cs, al PSC, el PP parece que lo tiene más difícil, pero hay una búsqueda a la alternativa al soberanismo». Es escéptico porque si el futuro «es ingobernable y hay otras elecciones, será una pesadez enorme». Es muy crítico con el modelo político. Se pone el traje de faena y se moja, «hay que cambiar la ley electoral, los reglamentos parlamentarios y hacer como en el País Vasco. En la primera votación, mayoría absoluta, y en la segunda, que gobierne el partido con más diputados. No podemos estar siempre con aritméticas».
Se niega a pensar que en Cataluña somos diferentes que en el resto de España como teoriza el independentismo. Le sale la vena de tertuliano y se explica, sin estridencias: «Mire, mañana cogeré un taxi para ir al aeropuerto. En Madrid, pillaré otro taxi. Los taxistas, unos y otros, curran muchas horas para ganarse la vida. Supuestamente formamos parte de dos universos distintos e irreconciliables. Yo, coma –insistiendo en el punto ortográfico– no me lo creo». Asume que unas minorías le tilden de «rojo separatista vete a Barcelona, en Madrid, y en Cataluña me señalen como españolista. Son sólo eso, minorías». Le pregunto si añora el debate derecha-izquierda. Se pone guasón «¿ha dicho usted derecha- izquierda? ¿Se atreve a decir esto?». Risas. «Esto era cuando éramos jóvenes. Esto en Cataluña es un recuerdo».
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