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La Reina llora al abuelo Paco
Francisco Rocasolano murió ayer en Salamanca a los 98 años. Natural, simpático y muy cercano, siempre fue un apoyo para Doña Letizia en los buenos y también en los malos momentos.
Francisco Rocasolano murió ayer en Salamanca a los 98 años. Natural, simpático y muy cercano, siempre fue un apoyo para Doña Letizia en los buenos y también en los malos momentos.
El abuelo Paco, tal y como le conocía la familia Rocasolano, fue una de las personas que más simpatía levantó entre los medios de comunicación desde que saltó a las páginas de periódicos, revistas y programas de televisión al saber que era uno de los abuelos de la Reina Letizia. Su muerte, en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca poco antes de la medianoche del lunes, cuando sólo le faltaban dos años para llegar a centenario, ha causado honda tristeza en su su hija Paloma, madre de la Reina, y gran pena en el resto de su familia. La Reina Letizia tuvo desde siempre una relación muy próxima a su abuelo materno, a quien vimos la última vez en la ceremonia de proclamación de Felipe VI en el Congreso de los Diputados que convirtió automáticamente a su nieta en Reina consorte de España.
Aunque Francisco denotó en esas imágenes el deterioro físico de un hombre de avanzada edad, el abuelo de Doña Letizia no quiso dejar de estar presente en un acto tan solemne que tanto suponía para la familia Rocasolano al ver convertida en Reina a su querida Letizia. Ella y sus hermanas, Telma y la desaparecida Érika, solían pasar parte de las vacaciones de verano en la casita que habían comprado los abuelos en Alicante con los ahorros de toda su vida de trabajo como taxista de Madrid, un oficio en el que empezó en el año 1950 y que dejó de ejercer al jubilarse en la década de los noventa.
Paco Rocasolano siempre se comportó con gran espontaneidad y soltura ante los profesionales de los medios de comunicación y, al contrario que los padres de la actual Reina, que guardaron una extrema discreción y rechazaron siempre hacer declaraciones relativas a su hija desde su matrimonio con el Príncipe de Asturias, el no dejó de contestar a las preguntas de los periodistas cuando acudía a un acto y le ponían el micrófono delante. Dejó claro siempre el profundo orgullo que sentía al ver a su nieta Letizia convertida en Princesa de Asturias, lo expresaba de una forma normal y sencilla, como corresponde a una persona de clase trabajadora que nunca se avergonzó de su oficio ni de su origen social. Tampoco se cortaba al expresar su simpatía por el Rey Juan Carlos y no tenía ningún problema en comentar algunos detalles. Sin vanagloriarse ni presumir por codearse con personas de tan alto rango como son los integrantes de la Familia Real, pero sin avergonzarse ni tratar de ocultar su condición de taxista, un oficio popular que le proporcionó en su caso un gran don de gentes. Como abuelo de la Reina, tuvo la oportunidad que nunca pudo haber imaginado de participar en los acontecimientos más importantes de la pareja real. Desde la boda en la catedral de la Almudena, en la que ocupó un lugar preferente al ser familia de la novia, o la fiesta previa en el Palacio del Pardo, en la que muchos testigos dieron fe de la gran afición de Paco por el baile y del que algunos asistentes cuentan que hubo que luchar para sacarlo de la fiesta avanzada ya la madrugada porque no quería dejar de echar unos cuantos bailes más.
No sólo, sin embargo, fueron todos acontecimientos felices para el abuelo Paco. También lo vimos muy afectado en uno de los momentos más tristes para la familia Rocasolano, el de la muerte de su querida nieta Érika y, más concretamente, en los funerales que se celebraron en una iglesia de la localidad de Pozuelo de Alarcón. El patriarca de la familia de la madre de Doña Letizia tuvo que apoyarse físicamente en su hija y sus otras nietas en las imágenes que se publicaron del funeral, en las que su rostro apareció roto de dolor por las trágicas circunstancias que rodearon la muerte de la hermana de la Reina.
En junio de 2008, Francisco Rocasolano pasó por la triste experiencia de perder a su mujer y compañera de vida, Enriqueta Rodríguez, que murió en el Hospital Gregorio Marañón. A partir de entonces fue su hija Paloma la que se hizo cargo de él y con la que le hemos visto acompañado en varias ocasiones. El pasado fin de semana, el abuelo de la Reina se encontraba pasando unos días de vacaciones en la localidad salmantina de Puerto de Béjar cuando se sintió mal y fue ingresado en el Hospital Universitario de Salamanca al sufrir problemas de tipo coronario. En la noche del lunes se intentó trasladarlo a Madrid en una UVI móvil, pero no fue posible al agravarse su estado y fallecer antes de la medianoche.
El gabinete de comunicación del Palacio de la Zarzuela no ha dado datos de tipo alguno del lugar y otros detalles del entierro del abuelo de Doña Letizia por considerar que es un asunto familiar que están gestionando los hijos del fallecido y que quieren hacerlo con la máxima privacidad.
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