Familia
Gobernamos los individuos, no las instituciones
El psicólogo Alberto Weisman reflexiona sobre la situación tan grave que estamos padeciendo
Es en las situaciones límite es cuando se demuestra de verdad quiénes son las personas y cómo y para qué se usan las instituciones. En el caso individual, una crisis saca lo mejor o lo peor de nosotros: hay personas que se hunden, otras atacan; otras se muestran naturalmente altruistas o solidarias.
En las instituciones el altruismo no existe. Los valores humanos son atributos del individuo pero ya no lo son de las máquinas institucionales que tanto se han alejado del sentido ético y el apoyo humano. Ahora pululan con inercia propia. Lamentablemente, mediante el retorcido mecanismo de la burocracia, la tendencia a auto-mantenerse y el uso de lo administrativo como refugio de la ociosidad, la función que hacen de las instituciones los gobernantes se ha convertido en la de aplastar lo que de humano le queda a la sociedad. Esta es pues la intención real que vemos y sentimos sin piedad en nuestras carnes cada día. La crisis sanitaria ha hecho visible la voluntad de los gobernantes en el uso de las instituciones: la aniquilación y el exterminio. Lo sabemos porque sus acciones los delatan.
Al igual que en situaciones de bonanza las instituciones deberían servir para planificar, generar riqueza y unión además de velar por la paz, lo que hacen es lo contrario: las metas suelen ser la pobreza, la miseria, el control y su alimento básico, el conflicto.
Con el pretexto de la ideología de izquierda y derecha (aparentemente polos enfrentados pero sólo de cara a la galería) se pone en evidencia que en situaciones de dificultad las instituciones están sacando su peor lado.
Igual que hemos dicho antes que una crisis sirve para destapar lo naturalmente solidaria que es una persona, la crisis sanitaria que estamos padeciendo pone sobre la mesa la verdadera cara de nuestros gobernantes. No sólo la esconden errores de planificación, de información, sino que muestran tiranía en el trato que han hecho a las personas al respecto de “dosificar” el riesgo para, según ellos, proteger a la población, como si de niños pequeños se tratase la ciudadanía.Además se permiten el lujo de confundir alarma con prevención y a eso lo llaman responsabilidad. Han hecho una especie de truco de magia con el lenguaje, lo subvierten: invierten los términos pues responsabilidad es justo lo contrario desde un punto de vista moral. La responsabilidad es hacerse cargo y tener habilidad para responder, no escaquearse o echar balones a fuera. Es un espectáculo dantesco ver cómo entre ellos, de manera narcisista e infantil, se echan las culpas mutuamente para eludir el sagrado principio de la responsabilidad, un principio que me temo quieren erradicar de la mente de los individuos.
Como modelos sociales que son exhiben pornográficamente su amoralidad, su falta de autoridad. Probablemente su intención es que los individuos copiemos su victimismo y rapiña, en vez de que conservemos el sagrado don de hacernos responsables de nuestras acciones.
Estamos viendo que en presente se toman medidas improvisadas. Somos los ciudadanos quienes realmente estamos gobernando y gestionando la crisis. Lo que lleva a la conclusión de que ellos sobran y son el problema. En un asunto de vida o muerte como el que nos está sucediendo, sin duda alguna el virus son ellos.
El virus de los políticos: puro interés y enfrentamiento teatral
El gobierno no gobierna los asuntos que incumben a los ciudadanos sino que su interés es operar en la propaganda a través de las mentes de las personas. Con un histórico ejercicio de control de la información sesgada, por encima de los ciudadanos se han aposentado políticos de ideologías de uno y otro lado. Como si se tratase de una nueva nobleza que juega el juego de la confrontación y la generación del conflicto entre los contagiables ciudadanos.
Ante la situación desatada con la emergencia sanitaria, la resiliencia de las personas, de los profesionales sanitarios, transportistas, dependientes de espacios de alimentación (la sociedad que trabaja) se pone de manifiesto que ellos son quienes realmente cuidan, quienes se han enterado de lo que va esto, muestran su humanidad ante una situación donde la humanidad está en riesgo. Son ellos y nosotros quienes día a día compartimos lo que tenemos además de ponernos al día investigando tanto las mentiras de los medios de comunicación como las alternativas de testimonios de personas individuales, seres humanos de verdad sin instituciones de por medio. No tenemos necesidad de que un gobierno distante y en una oficina, alejado de la realidad, interrumpa, estropee, interfiera y trastoque las iniciativas ciudadanas más puras. Los gobernantes, independientemente de la ideología, siguen haciendo gala de su ironía del conflicto, de su frialdad, de su manera de mostrar dominio gracias a la entrega de la gente. Con su burocracia infumable legislan a golpe de decreto de ley procedimientos que nada tienen que ver con la realidad. Son oportunistas y nada generosos pues usan cada gesto humano con la pretensión de regularlo. Son gestores de la propaganda. No hacen otra cosa más que legislar pues fuera de las instituciones, fuera de su ley, se encuentran absolutamente desnudos.
Precisamente recurren a la ley porque esta es su vestimenta, ese es su escondite, esa es su coraza. Ya hemos visto lo que de verdad son y para lo que sirven. Desnudos no valen nada. Hemos detectado que su virus se propaga a través de azuzarnos al conflicto. Sólo se mantienen a través de legislar la irracionalidad para luego volver a cambiarla. A través de la presión a colectivos y asociaciones profesionales van modulando unas leyes abusivas que ellos mismos ni se aplican. El mayor virus de nuestra sociedad es el de los políticos de todas las ideologías, teatralizando que les interesa la ciudadanía cuando somos todos nosotros quienes estamos arrimando el codo.
Ellos no se cuestionan sacar ni un porcentaje de sus retribuciones, no cuestionan en absoluto rebajar en lo más mínimo el alto precio del aparataje del Estado. Todo lo contrario: necesitan seguir dando más vueltas de tuerca legislando a través de la infamia y el abuso además del despilfarro.
El secreto está en que ellos viven de nuestro consentimiento y se está demostrando que, cuando los colectivos profesionales se ponen firmes y ponen límite a sus pretensiones, ellos reculan como alimañas, como eso que son, la infrahumanidad a la que nos quieren acompañar.
No lo conseguirán pues nuestra conciencia es infalible y ya les hemos visto venir, tienen miedo y se repiten en sus triquiñuelas como enfermos adictos al juego.
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