Sociedad
Mejide contra Arcadi y cómo superar la vergüenza ajena
No sé qué me resultó más molesto, si la trampa flagrante y la sensación de estar viendo el truco mal disimulado desde el principio, o el hecho de que lo envolvieran de justicia moral, en papel de regalo de color “le vamos a dar su merecido a este rufián”.
Risto Mejide nos ha hecho una radiografía perfecta como sociedad. Sabía lo que tenía que ofrecernos: una minoría vilipendiada a la que defender a muerte desde nuestra superioridad moral y buena conciencia y un malo al que odiar.
Empecemos llamando a las cosas por su nombre: la entrevista de Risto Mejide a Arcadi Espada no fue una entrevista, fue una encerrona. Y ahora ya sí. Ahora ya podemos continuar.
Supongo que a estas alturas de la semana ya estará casi todo dicho sobre la añagaza perpetrada por Mejide para rascar unos aplausitos tranquilizaconciencias y subir unos puntos de share. Pero aún así, vengo en domingo con esto también, que no me lo quito de la cabeza. Yo es que a las modas, como a las fiestas, siempre llego o demasiado pronto (cuando aún ni son moda ni son fiesta) o demasiado tarde (cuando ya no se lleva o se ha ido todo el mundo). Y con lo de Arcadi hoy, pues igual. Mira, yo qué sé. Hay que quererme como soy.
Supongo también que habréis visto el programa. Al menos un trocito. El de la musiquita lacrimógena y el testimonio emotivo que nos han puesto hasta en la sopa. ¿No os dio cosica? Yo casi acabo escondida debajo del sofá mirando con resquemor por encima del respaldo. Es que con la vergüenza ajena no puedo. Es una sensación con la que me manejo muy mal. Me incomoda hasta tal punto que busco desesperada alguna mirada cómplice a la que espetarle “¿Pero tú también has visto esto?”. Lo malo es cuando estás en casa sola y no hay nadie cerca. Entonces es como si una señora muy gorda se te hubiese sentado encima y no te dejara respirar con normalidad, ni apenas moverte. Te revuelves incómoda en la silla tratando de acomodarte. Pues con el programa de Mejide me pasó exactamente eso: se me sentó encima la señora más gorda que nadie jamás osó imaginar.
No sé qué me resultó más molesto, si la trampa flagrante y la sensación de estar viendo el truco mal disimulado desde el principio, o el hecho de que lo envolvieran de justicia moral, en papel de regalo de color “le vamos a dar su merecido a este rufián”.
Lo primero era tan evidente que me sigue sorprendiendo que Espada, al que considero un tío inteligente aunque no siempre comparta ni sus formas ni sus ideas, entrara tan fácilmente al trapo. Supongo que tendrá sus motivos (me los puedo imaginar) para ser partícipe del juego. Desde el primer momento se ve a un Risto muy cómodo, conocedor de la ventaja con la que cuenta. Se adivina todo el tiempo el as en la manga, los pañuelos de colores escondidos en el puñito, el conejo agazapado en el fondo de la chistera. Toda, absolutamente toda la charla estaba enfocada en llevar a Espada hasta el rincón que le da pie al presentador a preguntarle: “¿Todos las personas son intocables?”. “Todas las personas” dice Espada. “¿Todas las personas?” insiste Mejide. Hasta tres veces se lo pregunta, que las he contado, para poder añadir, relamiéndose por lo que viene, si las que tienen síndrome de Down también. “¿Incluso las que tienen síndrome de Down?”. Madre mía. Yo ya me estaba sonrojando.
Y así fue. A partir de ahí, carta blanca para el bochornoso espectáculo. Rescatar un fragmento de un artículo de hace seis años, sacar imágenes de un niño con síndrome de down, hacer entrar al emocionado padre y ponerlo de pie frente al invitado para, al borde del llanto y con música emotiva a tope, rebatir aquello que se escribió en 2013... Como poco me pareció falto de escrúpulos. Y la cosa, sin decoro, parecía no tener límite. Por un momento llegué a pensar que harían salir al propio niño como si aquello fuera una nueva edición de Lluvia de Estrellas. Espada intentó contestar, Mejide le interrumpió, el invitado dijo que daba por finalizada la entrevista, el presentador se sacó de la manga un “de aquí tú no te vas, que te echo yo”, pidió pomposamente un aplauso para el padre de la criatura, minipunto para Cuatro. ¿Seguro? Pues yo creo que no. Yo creo que con esto ha quedado claro que no hay límite para conseguir audiencia. Que hay quien es capaz de cualquier cosa, de utilizar a quien sea, con tal de salirse con la suya. Que no se puede denunciar una idea mezquina y miserable, señalando al hombre y no a la idea, comportándote al mismo tiempo de manera mezquina y miserable. Un poquito de coherencia, por favor, que tampoco es tanto pedir.
Lo que sí hay que reconocerle a Mejide, y como digo una cosa digo la otra, es la habilidad para calarnos. Nos ha hecho una radiografía perfecta como sociedad y la ha aprovechado para su propio beneficio. Sabía lo que tenía que ofrecernos y ha preparado justo el cóctel que estábamos esperando: una minoría vilipendiada a la que defender a muerte desde nuestra superioridad moral y nuestra buena conciencia, desde nuestro paternalismo de salón, y un malo al que odiar. Una causa justa efímera, rapidita, digestiva. Una cosa bien. Y, oye, que si no hay ninguna buena polémica a mano, pues me buscas una. ¿No tenemos becarios y hemeroteca? Pues rastréame el pasado que algo habrá.
No seré yo quien defienda el alegato de Arcadi Espada abogando por el desamparo de los niños con síndrome de Down por parte del sistema de salud público, porque no estoy de acuerdo en absoluto. Pero sí defenderé, firmemente y sin condiciones, la libertad de expresión y su derecho a manifestar esas ideas, por más despreciables que me puedan parecer.
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