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Mujer, negra, inmigrante y asesina, artículo

Dice Nacho Escolar que hay un discurso del odio hacia Ana Julia Quezada, la asesina confesa de Gabriel Cruz, alentado por el hecho de ser mujer, negra e inmigrante

Ese odio se debe, claro está, al hecho de ser mujer, inmigrante y negra. Única y exclusivamente. Que haya acabado, con sus manitas, con la vida de un pequeño es irrelevante tanto para Escolar como para Afroféminas.
Ese odio se debe, claro está, al hecho de ser mujer, inmigrante y negra. Única y exclusivamente. Que haya acabado, con sus manitas, con la vida de un pequeño es irrelevante tanto para Escolar como para Afroféminas.larazon

Hago como que me sorprende, porque yo soy muy melodrámatica y no desperdicio ocasión, pero hace ya tiempo que vivo constantemente asombrada. Es más,el asombro es mi nueva zona de confort, de tanto tiempo que hace que no salgo de él. Han dejado de causarme estupor los encajes de bolillos dialécticos de ciertos sectores de una izquierda, en caída libre intelectual, para que la realidad se ajuste exactamente a la idea preconcebida que de ella tienen.

Dice Nacho Escolar que hay un discurso del odio hacia Ana Julia Quezada, la asesina confesa de Gabriel Cruz, alentado por el hecho de ser mujer, negra e inmigrante. Y dice el colectivo Afroféminas que se está produciendo un racismo misógino alrededor de este caso. Y digo yo que qué pereza me dan ya.

Supongo que para ellos el hecho de que esta persona asesinara a un niño indefenso de ocho años no tiene nada que ver con esos sentimientos negativos que despierta en gran parte de nuestra sociedad. Ese odio se debe, claro está, al hecho de ser mujer, inmigrante y negra. Única y exclusivamente. Que haya acabado, con sus manitas, con la vida de un pequeño es irrelevante tanto para Escolar como para Afroféminas. Un insignificante dato biográfico que pesa muchísimo menos que el color de su piel o su nacionalidad. Vaya por Dios.

Hago como que me sorprende, porque yo soy muy melodrámatica y no desperdicio ocasión, pero hace ya tiempo que vivo constantemente asombrada. Es más, el asombro es mi nueva zona de confort, de tanto tiempo que hace que no salgo de él. Han dejado de causarme estupor los encajes de bolillos dialécticos de ciertos sectores de una izquierda, en caída libre intelectual, para que la realidad se ajuste exactamente a la idea preconcebida que de ella tienen. En sus preciosas cabecitas posmodernas, todos nosotros (Los Otros) somos una suerte de multitudinaria representación de Ebenezer Scrooge; solo que en lugar de odiar la Navidad y a los niños, odiamos, todos a una, a los negros y a las mujeres. Y a los homosexuales, los transexuales, los asexuales, los veganos, los monitores de pilates y al orfeón donostiarra, si se tercia. No hay minoría, oprimida o sin oprimir, a la que le hagamos ascos en lo que a odiar se refiere. ¡Menudos somos nosotros!

Tratemos de poner orden a todo esto: Ana Julia Quezada es la asesina confesa de un niño. Eso es motivo más que suficiente para que, de entrada, no despierte precisamente las simpatías del público. Fingió preocupación por el niño durante los doce días que duró la búsqueda, apareció consolando al padre, su novio, y participó en las batidas simulando gran sufrimiento y alimentando, incluso, la esperanza de la familia de encontrarlo con vida. No tuvo ni siquiera la humanidad de entregarse y confesar, de acabar voluntariamente con la incertidumbre y el sufrimiento de esa gente. Con todo esto, podría ser perfectamente un hombre blanco, heterosexual y natural de Burgos que, muy probablemente, sería uno de los individuos más odiados del país. Podría ser un enano disléxico, y nadie le odiaría más por su acondroplasia o por su dificultad para combinar con soltura los tonos de su indumentaria. Podría ser un oso panda bebé deslizándose risueño por un tobogán pintado con los colores del arcoíris mientra come algodón de azúcar y cae en una piscina de purpurina (no se me ocurre ahora mismo nada más adorable e hiperglucémico) y España entera, a lo Fuenteovejuna, le tendría ojeriza. Es más, quitando a cuatro histéricos con cuenta en redes sociales y poco conocimiento, al colectivo Afroféminas y a Escolar, no creo que a nadie más le importe demasiado ni que Ana Julia sea dominicana, ni que sea mujer, ni que sea inmigrante, ni que haya ejercido la prostitución. Este dato lo acabo de añadir yo por lo del dramatismo que contaba más arriba, pero ya ves lo que me importa a mí cómo se haya ganado la vida. A la mayoría de los españoles lo que nos importa es que una familia (una como la nuestra, normal y corriente, de infantería) ya no tiene entre ellos a un pequeño inocente, a una criatura que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de un monstruo (sin colores y sin nacionalidad).

Quiero pensar que Ignacio Escolar a lo que se refería, con bastante poco tino, es a que algunas personas han aprovechado las circunstancias para dar salida a su racismo y a su misoginia en sus manifestaciones, sobre todo en redes sociales. Y es cierto que se han leído ciertas exposiciones en ese sentido, algunos insultos haciendo referencia al color de la piel o a su condición de inmigrante, pero en absoluto me parece que sean sintomáticas de nuestra sociedad o dignas de mención, más allá de la reprobación o la crítica concreta y singular. Intentar que esos casos puntuales pasen por representativos del sentir general de todo un país me parece, como poco, irresponsable. Irresponsable y alarmista. Y a lo mejor un poquito oportunista también, ya puestos.

En “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, Oliver Sacks cuenta, entre otros, el caso del doctor P., un entrañable profesor de música que percibía los elementos que conformaban una escena por separado, identificándolos independientemente pero no como parte de un todo, siendo incapaz de reconocer la escena al completo. Además, solo era capaz de recordar los objetos situados a su derecha. Hasta tal punto llegaba su incapacidad para identificar un objeto por encima de las partes que lo conformaban que, en una ocasión, confundió la cabeza de su esposa con su propio sombrero. En otra, su zapato con su pie. Hay veces, demasiadas últimamente, en las que creo encontrar al doctor P. en algunos de nuestros personajes más hipermotivados y supervitaminados. Parecen encontrar en toda escena social los mismos elementos, los que su agnosia les permite identificar, obviando por completo otras informaciones igual de válidas e importantes para conformar una visión global de la realidad, para percibirla y analizarla como el cuerpo poliédrico que es. Todos, siempre, intentando colocarse la cabeza de su señora donde debería ir su sombrero.