Familia
Retirada de custodia del bebé de Cádiz: ¿Están atacando la crianza más mamífera?
Opinión
La psicóloga perinatal Laura Perales Bermejo reflexiona en este artículo algunas claves de por qué la crianza con apego, la más mamífera que existe, se encuentra con rechazos constantes por buena parte de la sociedad. Algo que no debería ser así teniendo en cuenta que eso es lo que somos: mamíferos.
En Cádiz, recientemente, se retiraba la custodia a los padres de su hijo de un año por supuesto “desamparo”, basándose en prejuicios personales sobre crianza y en el rechazo social que produce una crianza mamífera. Esto no es un caso aislado. Se pasa por encima de las necesidades del menor para romper con la simbiosis madre-bebé a toda costa. Custodias compartidas impuestas en las que no importa que el bebé esté lactando o que tenga una edad en la que ser separado de su madre acarrea graves consecuencias, jueces que ordenan a las madres destetar para que así el bebé “comparta más tiempo con el padre”, juicios en los que la crianza mamífera se usa cómo arma acusatoria, etc.
¿Por qué esta obsesión por separar a los bebés de sus madres? Las causas son dos: un proceso psicológico llamado disonancia cognitiva, y, por otro lado, nuestro paso por la historia y el cambio de lo matrifocal al patriarcado, un sistema social del que todos somos víctimas, que instaura un patrón basado en la jerarquía y en las relaciones de poder, los roles de género antinaturales, el rechazo de la simbiosis, la competitividad y la violencia.
La disonancia cognitiva es un proceso en el que dos ideas incompatibles se nos presentan, produciendo la citada disonancia. Para reducirla, tendemos a buscar una excusa inconsciente para quedarnos con la idea que más nos conviene. Por ejemplo: estoy a dieta pero me quiero comer una chocolatina. Si en ese momento pienso que mañana voy a ir al gimnasio, podré comérmela sin sentirme mal. Mi autoconcepto sigue siendo bueno, la disonancia entre el estar a dieta pero querer comerme la chocolatina, se reduce. Este proceso lo vemos en las guerras. Los soldados no podrían matar o cometer crímenes de guerra sin reducir la disonancia con la idea de que “lo hacen por su país”, o que “son terroristas”, o incluso que lo hacen “por la democracia”. Se deshumaniza al contrario y se le convierte en mala persona, para poder ejercer violencia y justificarnos por ello. Este proceso también aparece en el mundo de la crianza. Por ejemplo, sin decir nada, podemos estar amamantando a nuestro bebé y que otras personas nos increpen por ello, para reducir la disonancia que les produce el que en su caso no hubo lactancia materna, o cualquier otra cosa que se nos cuestione. Esta demonización de las prácticas de crianza que no llevaron a cabo les ayuda a sentirse mejor. Si tu lo haces mal, ellos lo hicieron bien. Por lo tanto, la crianza mamífera, con tacto y contacto, levanta ampollas en nuestra sociedad.
El otro gran motivo por el que se manifiesta este gran rechazo hacia esta crianza (que no es un modo de criar ni un estilo, esto es criar, el resto son modas y opiniones) es ese cambio de lo matrifocal a lo patriarcal. Nuestra especie perdura precisamente porque en nuestros inicios vivíamos en estas sociedades matrifocales basadas en el apoyo mutuo, la cooperación y el cuidado de la maternidad. Sociedades pacíficas que sabemos, por estudios arqueológicos y antropológicos, que vivían en ciudades que pese a estar en llanuras no necesitaban ser fortificadas. Esto va cambiando con la aparición de la ganadería, la propiedad, con el paso de las relaciones simbióticas a las relaciones de poder, de competición. En la vieja Europa, además, una oleada de invasiones del norte por parte de tribus que ya habían dado el paso a lo patriarcal, arrasa con la matrifocalidad. Esto va creando un patrón colectivo, formado y sostenido durante siglos, consistente en la ruptura de lo simbiótico, de lo vivo, de la sexualidad femenina. Lo mismo que le hacemos al planeta se lo vamos a hacer a los niños: moldear, adaptar a nuestra comodidad, destruir. Este patrón lo vamos a llevar a todos los niveles, y para sostenerlo lo primero que hay que hacer es aquello que Casilda Rodrigáñez llamaba el matricidio: Hay que “matar” (invisibilizar, culpar, mantener en soledad, insistir en que se separe del bebé, etc) a la madre, hay que destruir la díada madre-bebé, la simbiosis primigenia, y ya tenemos al bebé incorporado a un sistema enfermo. Sin siquiera darnos cuenta de que lo hacemos.
Se crea pues un inconsciente colectivo basado en separar como sea a las madres de sus hijos. Esto lo vemos constantemente: artefactos deshumanizadores y normalizados para bebés para mantenerles alejados de sus madres como cunas, hamacas, vallas, métodos dañinos para “aprender” a dormir, consejos tipo “no le cojas en brazos que se acostumbra” (a lo que se acostumbran es al desamparo, al vacío y a desconectarse de su cuerpo y sus necesidades cuando no lo hacemos), incubadoras, guarderías, etc. Además se va a señalar a las madres, que son víctimas de cómo la cultura se opone a lo biológico, como si ellas fuesen las culpables, obviando que hay todo un sistema que las deja solas si eligen estar con sus bebés. Todos, absolutamente todos los casos que atiendo en consulta, se caracterizan por esta soledad y esta sensación de culpa, de no llegar a todo. Por eso son tan importantes los grupos, para en cierto modo recrear parte de esa matrifocalidad que nos es tan necesaria. Los padres desaparecen mágicamente de esta ecuación de culpa, es más, si una madre cuida a sus hijos se la deja sola e invisibilizada, pero si un padre cambia un pañal se convierte en el padre del año cara a los demás. La maternidad debe ser elegida, pero además, si se elije maternar de modo mamífero, no debería ser en soledad ni con tanta carga de trabajo. Lo que falla es la sociedad, no los bebés ni sus madres. Pero ahí tenemos casos en los que lo cultural no consigue romper la diada, como el del bebé de Cádiz o tantos otros, en los que este inconsciente colectivo cala y actúa, dañando seriamente. Aparece este ensañamiento hacia lo simbiótico, con el objetivo de destruirlo, debido tanto a la disonancia como al patrón patriarcal.
Nacemos muy inmaduros, con muchos años de desarrollo por delante, y nuestro cerebro viene preparado para que lo biológico ocurra. Cuando esto no pasa, porque la natura choca con la cultura, el desarrollo se ve afectado. Apegos inseguros, vínculos primarios rotos, modificaciones en el cerebro o a nivel epigenético que llegan a manifestarse en el genoma, hipervigilancia, ruptura del equilibrio de los sistemas simpático-parasimpático, predisposición a la depresión o la ansiedad, personas que lo tienen todo para ser felices pero siguen sintiendo ese vacío, o incluso llegan a suicidarse. Hay que poner el foco en las causas de todo ello, que suelen estar muy frecuentemente en las crianzas no simbióticas. Prevenir es clave, nos jugamos nuestro futuro.
Laura Perales Bermejo es psicóloga perinatal
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