Crítica
Fidelio o el hijo pródigo de Beethoven
«Fidelio» nació como un reto, otra vuelta de tuerca titánica en la obra del genio indómito de Bonn. Beethoven, el gran sinfonista, el hombre que quería «agarrar el destino por el cuello», sólo pudo abordar una ópera en toda su vida, esta pieza que él mismo veía como su hijo pródigo, «el que me ha costado los peores dolores, el que me ha causado más penas, pero por ello también el más querido». «Fidelio» plantea un triple desafío: conceptual (el amor os hará libres por encima de toda veleidad), estructural (la línea instrumental precede y somete a la composición vocal) y político (fue estrenado en una Viena ocupada por Napoleón). Con estas características, no es de extrañar que «Fidelio» fuese un sonado fracaso en 1805 y sea hogaño un plato suculentísimo para cualquier programa mundial. Eso sí, un plato arduo de cocinar.
Hartmut Haenchen prometió no volver a meter sus manos en esta masa. Lo hizo ya hace 34 años. Pero «‘‘Fidelio’’ es mucho ‘‘Fidelo’’», asegura, así que acabó por aceptar la invitación de Mortier, el fallecido ex director del Real. Ayer, el director musical confesaba la complejidad de esta obra, todo un «desafío», dijo, para el trabajo con los cantantes y el coro por la difícil estructura de la pieza, plagada de cambios y coincidencias. «No es como una ópera de Mozart, donde los tiempos fluyen con normalidad», señaló. Beethoven abunda en sorpresas, fintas, simas y depresiones. Haenchen confiesa que hasta sus manuscritos –a los que ha ido directamente para acometer esta versión de la ópera– «son una auténtica catástrofe». Quizás por ello, el compositor sigue siendo la exacta representación del romanticismo, con su libertad formal y de pensamiento, la independencia y el heroísmo como seña de identidad, y la hegemonía autorial (fue el primer músico que desligó su trabajo de la protección de la nobleza).
«Fidelio» aborda varios de esos problemas, los que obsesionaron al de Bonn en su periodo de madurez. La obra parte de un libreto del francés Jean-Nicolas Bouilly, trasladada al alemán por Joseph Ferdinand von Sonnleithner. Bouilly ambientó la narración en la Sevilla del XVIII para evitar problemas de censura, ya que la obra recrea una peripecia del Terror en Francia. Es la historia de Leonora, quien, disfrazada como guardia bajo el nombre de Fidelio, rescata a su esposo Florestán, condenado por asuntos políticos, del cadalso. El director artístico del Real, Joan Matabosch, explicó que la pieza avanza desde unos inicios en sintonía con la ópera burguesa hacia una «increíble explosión cromática y termina con una canto a la libertad que hace de ella una pieza de lo más progresista». Es ya, para entonces, el gran Beethoven telúrico y órfico, el de las proclamas fraternas. «¡Que sea castigado el malvado que oprime a los inocentes! ¡Que la justicia alce la espada de la venganza para el Juicio!», canta el coro, en la mejor tradición libertaria de un Schiller; «Es el amor quien ha guiado mis esfuerzos. El verdadero amor nada teme», dice Leonora, cual si recitara a Novalis. Paralelamente al estreno de «Fidelio», compone la Quinta Sinfonía y, transversalmente, vive un romance prohibido con la condesa Josephine Brunswick. Es una artista en el cénit de sus capacidades, pero, al mismo tiempo, la sordera, la soledad y la incomprensión comienzan a manifestarse en su vida.
Escenografía simbolista
Pierluigi Pier’Alli dirige el montaje escénico de la obra, que fue estrenada en 2006 en el Palau de Les Arts de Valencia, durante su primera temporada operística. En aquella ocasión, Zubin Mehta ejerció la dirección musical. El simbolismo es la piedra angular de la escenografía, evitándose barroquismos y un exceso de elementos ornamentales. Pier’Alli explicó que el montaje trata de apoyarse en el audiovisual para reforzar los diferentes aspectos de la trama, que encierra en sí varias tramas distintas. Hasta el próximo 17 de julio, Haenchen dirigirá al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, con un reparto encabezado por Michael Knig (Florestán), Adrianne Pieczonka (Leonora), Franz-Josef Selig (Rocco) y Anett Fritsch (Marzelline).
Una pasión tardía
La pasión del Real por «Fidelio» fue tardía. La primera vez que se escuchó en Madrid fue en 1893, en su versión italiana. Habían pasado casi 90 años desde su composición y la pieza había sido estrenada en casi toda Europa. En cambio, la última versión fue en 2008, bajo la dirección de Claudio Abbado, con el cineasta Chris Kraus como director de escena. La cita contaba con el aliciente de ser la primera ocasión en que el italiano se enfrentaba a esta partitura de Beethoven. En el foso, estuvo la Mahler Chamber Orchestra.
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