Gastronomía

Grandes de España: Pepe Rodriguez, raza en la cocina

Le gusta decir que su cocina es un lenguaje vivo

Pepe Rodríguez
Pepe Rodríguez Cedida

La sangre no es agua y, a lo largo de este verano de perfiles de grandes cocineros, hemos visto la importancia de mamar la cocina, desde la primera infancia, en la vida de tantos titanes del oficio. A veces, no obstante, uno rechaza esa herencia, al menos al principio, pero acaba enamorado de la gastronomía y convertido en icono. Este es el caso de Pepe Rodríguez. Desde hace diez años, su participación en MasterChef le ha convertido en uno de los rostros más conocidos de la televisión. Es el "poli" bueno del concurso, donde se muestra tan empático y buen tipo como es detrás de las cámaras.

Pepe no deseaba ser cocinero. Quería ser futbolista o cantante. Alejarse del bullicio en el que se había criado. Echó los dientes en El Bohío, que regentaban sus padres y, antes que estos, su abuela Valentina. Dios no le dio a Pepe voz ni piernas memorables para ser como Julio Iglesias o Iniesta, y menos mal. En 1971 empezó a trabajar junto a su hermano Diego de camarero. Cuando la madre enferma, Pepe pasa a la cocina para que el negocio sobreviviera. Y tan bien se le dio aquello, que había evitado hasta entonces, que El Bohío se hizo con su primera estrella Michelin en 1999. Es, sin ninguna duda, uno de los que ha plantado la semilla para que la nueva cocina manchega esté tan en boga y cada vez más reconocida. Que se lo digan, si no, a jóvenes como Iván Cerdeño, Juan Monteagudo (Ababol), Samuel Moreno (Relais & Châteaux Molino de Alcuneza) u otros talentos emergentes de la comunidad autónoma.

A Pepe le gusta decir que su cocina es un lenguaje vivo. Esto se traduce en una gran capacidad de adaptación y evolución, en el haber sabido modernizar la cocina manchega de sus ancestros y abrazar los nuevos procesos, elaboraciones e ingredientes sin pervertir la esencia. En tener la capacidad de armonizar con tiento, como reflejan platos como su morteruelo con chantilly de trufa, la ropa vieja con reducción de cocido o una tarta Sacher de caza y pichón. Sin duda, el camino de la buena cocina manchega pasa, forzosamente, por Illescas.