Londres
La maldición de las Birkin
El clan de las Birkin está de luto. La tragedia sacudía este miércoles a una familia siempre rodeada de polémica y transgresión. Kate Barry, de 46 años, perdía la vida al caer desde el cuarto piso de su apartamento, en el prestigioso distrito XVI de París. La mayor de las hijas de la cantante y actriz anglo francesa Jane Birkin era también la más discreta. Y, quizá, la más atormentada, de una timidez casi enfermiza. Aunque todavía no se ha confirmado, los primeros elementos de la investigación apuntan a un suicidio. Se encontraba sola en su domicilio y la puerta del piso estaba cerrada desde dentro. En su interior, la Policía halló antidepresivos. Pero ni los barbitúricos ni los estupefacientes eran ajenos a la fotógrafa británica, hija del fallecido y célebre compositor de música contemporánea John Barry, autor de inolvidables bandas sonoras como las de «James Bond» o «Memorias de África».
Un padre con el que nunca se crió. Al romper la relación, su madre se la llevó de Londres a París con sólo un año. Pese a haber residido siempre en Francia, nunca se decidió a pedir la nacionalidad gala. «Hace tiempo que vivo en esa ambigüedad» reconocía en una entrevista, a imagen de la ambivalente relación que mantenía con la celebridad de su familia. Durante muchos años fue la «hija de», para pasar a ser la «hermanastra de» las famosas Charlotte Gainsbourg y Lou Doillon, las otras dos hijas de Jane Birkin. De hecho, Kate mudaba de «padre» al ritmo que ésta cambiaba de pareja. Primero fue educada junto al sulfúrico cantante Serge Gainsbourg durante diez años, y, después, por el cineasta galo Jacques Doillon. Una convulsa adolescencia que quizá explique el alcoholismo y la toxicomanía de los que fue víctima con sólo 17 años, antes de ser internada en un centro de rehabilitaciónlondinense. «Aquella estancia me sirvió para comprender el proceso que me condujo a la politoxicomanía y combatirla», declaraba en 1998 a «Le Figaro» pocos años después de que se abriera en Francia, impulsado por ella misma, un centro de ayuda y prevención para drogodependientes inspirado en la institución en donde ingresó para curar sus adicciones.
Tras realizar estudios de estilismo, a los 28 años decidió hacer de la fotografía su profesión. «Nunca pensé que podía ser un oficio del que vivir», solía decir. Aunque entonces seguirá prefiriendo estar a la sombra, tras el objetivo, que ante los focos como Lou o la polémica Charlotte, que con 13 años saltó a la fama por un escandaloso videoclip, «Lemon incest», en donde su padre, Serge Gainsbourg, simulaba con ella una consentida relación incestuosa. Un gusto por la transgresión que ha llevado a Charlotte a rodar con el danés Lars Von Trier la provocadora «Anticristo», donde alternaba sexo extremo, pornografía brutal y tortura, o la orgásmica «Nymphomaniac», a punto de estrenarse en Francia y España.
Pero pese a las fraternales diferencias, las hermanastras Birkin formaban una piña. «La entente entre sus hijas es lo más difícil que mi madre ha conseguido. Eliminando toda comparación entre nosotras y remplazando la competición por la emulación», explicaba Kate –que deja un hijo de 26 años– al «Journal du Dimanche». En la última década, había conseguido hacerse un nombre en la fotografía, firmando las portadas de álbumes musicales para Carla Bruni o France Gall, y colaborando con las revistas de moda más prestigiosas. Su talento para el blanco y negro le ha valido varias exposiciones, la última, en una galería de París hace un mes, donde mostraba una serie de retratos de actrices.
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