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Encarnita Polo: «Quiero todo lo que me han robado con las preferentes»
Entrevista a la cantante
Esta mujer mayor que ahora recibe clases de informática para funcionar en internet –«porque si no sabes desenvolverte en la red no puedes ir a ninguna parte, no eres nadie»– y que contempla maravillada a su nieto manejando el ordenador y el móvil, esta mujer, digo, a los doce años, después de la muerte de su padre, se tuvo que ir a Barcelona con su madre a buscarse la vida, «había que espabilarse: cantaba en programas infantiles y en los cines que ofrecían espectáculo después de acabar la película; para actuar en esos cines tenía que falsificar la edad, decía que tenía dieciséis, pero la Policía no se lo creía, y me preguntaban: ''Si tienes dieciséis años, ¿por qué llevas calcetines?'', y yo respondía: ''Es que las medias son muy caras''; se reían y me dejaban».
–En el 63 se fue a Italia...
–Sí, a actuar en un festival que se llamaba «Nápoles contra todos». Allí estaban Claudio Villa, Mina, Milva, Rita Pavone, Gigliola Cinquetti...Yo gané el premio a la mejor cantante extranjera con «La violetera». Después debuté en el cine con Domenico Modugno, en una comedia musical, «Scaramouche». Él era todo un personaje, bohemio, entrañable.
–Regresa, hace televisiones, giras por América, y en el 69 se casa con Adolfo Waitzman, el músico.
–Usted actuó de testigo en aquella boda. Raquel nació en el 70 y nos separamos nueve años más tarde. Era un hombre difícil. No le gustaba nada ser el marido de Encarnita Polo: si se montaba en un taxi y le decían «hombre, el marido de Encarnita», se agarraba un cabreo tremendo.
Lo suyo fue y es el flamenco-pop. «Pepa Bandera» y «Paco, Paco, Paco» fueron sus grandes éxitos. Cayeron los discos de oro y luego, sin más, Encarnita se evaporó: «Él no quería que cantara, sólo que fuera su señora; se fue y me dejó con la niña; me quedé tan hecha polvo que no tenía fuerzas para cantar, y así estuve mucho tiempo; y es que todo lo hice mal, no tendría que haberme casado tan pronto, tendría que haberle conocido mejor...» Ahora, gracias a la red, sus canciones han vuelto a estar de moda, ha surgido la «pacomanía».
–Todo empezó –me cuenta– cuando hace dos años bajaron «Paco, Paco, Paco» a los móviles. Ahí gané un poco de dinero. Ahora me salen algunas galas, pero es difícil trabajar si no sales en la tele, y ahora resulta que para salir en la tele casi tienes que pagar.
–Hablando de pagar: es una de las damnificadas por las participaciones preferentes...
–He perdido todos mis ahorros, lo que tenía para comprarme un piso, porque yo vivo de alquiler. Quería aprovechar la bajada de precios en las viviendas. Entonces me encontré con que no me daban mi dinero. Yo tenía un depósito en Caja Madrid, a casi un cuatro por ciento de interés; el director de la Caja, que era amigo mío, se llamaba Paco y a veces tomábamos café, me dijo: ponlo en este producto que te irá mejor, te llevarás un 7 por ciento. Y me cambié, confié en él y en la Caja.
–Lo peor es la cara de tonto que se te queda, ¿no?
–Procuro evitarla para seguir siendo fotogénica.
–¿Es cierto que está empeñando sus joyas?
–Claro, qué voy a hacer. Y cuando las rescate tendré que pagar un 20 % de interés.
Me dice que el Monte de Piedad, hace años y ahora, es el sitio más visitado por los artistas. Hay cola. «Me lo tomo con humor, no quiero que me salga una úlcera». No aceptaría recobrar el 60 % del dinero invertido, «quiero hasta la última peseta de lo que puse; mi fe está en que Mariano Rajoy es honrado y lo arreglará, porque lo cierto es que nos han engañado; si no cobro todo, sería una estafa».
–La verdad es que he tenido mala suerte –dice– primero mi marido me quita la casa que había pagado yo; firmé papeles que no sabía lo que decían, tenía confianza en él, estaba muy enamorada. Me echaron como a una okupa. No me suicidé de chiripa. Y ahora me sucede esto con el banco. Menos mal que tengo salud, familia...Si hay tanto dinero para los bancos, ¿por qué no nos pagan a nosotros? Otros bancos han devuelto el dinero de las preferentes, ¿por qué Bankia no?
–Fue a una manifestación, protestó fuerte...
–Quién me lo iba a decir a mí. He aprendido a tener paz en la desgracia, pero no voy a aceptar la injusticia. Si no se arregla, saldremos con palos.
Va al gimnasio cada día, tres horas; camina, lee, cuida a su nieto, se mira al espejo y no se ve vieja. No le gustan los hombres de su edad, «prefiero los de 50 o así; pero ahora lo que necesito es un rico (risas); a ver si antes de morirme encuentro a uno que me quiera de verdad». Tiene un gato que se llama «Paco», como el director de la Caja, como su «Paco, Paco, Paco».
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