Estocolmo
La princesa que pudo ser novia de España
Magdalena de Suecia fue durante años la candidata perfecta para convertirse en la Princesa de Asturias. Hoy da el «sí, quiero» a un atractivo empresario inglés
Alta, rubia, con los ojos azules, una sonrisa cautivadora y una figura escultural no exenta de curvas, Magdalena de Suecia fue, durante años, una de la principales candidatas con las que especulaban los medios de comunicación que podía convertise en Princesa de Asturias. Catorce años más joven que Felipe de Borbón y Grecia, una diferencia de edad que fue perdiendo importancia con el paso del tiempo, el imaginario popular soñaba entonces con que se casara con una princesa de sangre azul.
Sin embargo, el heredero español nunca mostró el más mínimo interés por Magdalena, criada en la gélida capital escandinava, Estocolmo. En aquellos años en los que se especulaba con la posibilidad de un enlace entre las casas reales de Suecia y España, el Príncipe de Asturias salía con otra nórdica, la noruega Eva Sannum, una chica de clase media y modelo ocasional, cuyo perfil poco o nada tenía que ver con la princesa sueca. Y no era porque la forma de ser de la hija de los reyes Carlos Gustavo y Silvia careciera de atractivo y encanto personal. De carácter espontáneo y con pocos prejuicios, Magdalena fue educada de manera sencilla y sin demasiadas rigideces protocolarias, lo que hizo de ella una persona cálida y cercana a los ciudadanos de su país, alejada de la imagen de persona distante y fría que creció en las fastuosas estancias de palacio.
Tampoco ella mostró nunca la más mínima inclinación por el Príncipe de Asturias, con quien coincidió en numerosas ocasiones. No es que no le pareciera atractivo, ni que hubiera algún motivo para el rechazo. La razón hay que buscarla desde otra perspectiva . Ella pertenece, al igual que Don Felipe, a la nueva generación de príncipes y princesas que no han incorporado a su pensamiento la obligatoriedad de elegir pareja entre los miembros de otras casas reales. Es como si todos los jóvenes pertenecientes a la realeza se hubieran puesto de acuerdo y tuvieran un pacto para casarse por amor y desechar para siempre la costumbre de contraer matrimonio por razones de estado, por intereses políticos de sus familias o de los gobiernos de sus países. Durante el último tercio del siglo XX, se produjo una auténtica rebelión de los herederos en las cortes de los reinos europeos, dispuestos a defender su derecho a elegir cónyuge por razones sentimentales y llegar en ese empeño hasta sus últimas consecuencias. El resultado de ese planteamiento se podrá valorar a lo largo de los próximos años.
El sueño monárquico
De nada sirvió el que los actuales reyes de las monarquías europeas organizaran eventos con motivo de cumpleaños, aniversarios de boda u otras conmemoraciones, para reunir a sus vástagos y darles ocasión de conocerse mejor y enamorarse. Ninguna pareja ha surgido de esos encuentros de la realeza, en los que, como en el 60 aniversario de los reyes Harald y Sonia de Noruega, coincidieron reyes y reinas, príncipes y princesas de todas las casas reales del viejo continente. Todos ellos han optado por casarse por amor, desoyendo los consejos de sus progenitores, quienes les sugerían elegir a miembros acreditados del Gotha.
Se puede decir que la boda de Magdalena de Suecia, que se celebra hoy, cierra la lista de princesas casaderas con las que soñaron los monárquicos españoles y los defensores de la ortodoxia casar con el Príncipe de Asturias. Ella, la bella princesa rubia de ojos azules, ha optado por casarse con un atractivo hombre de negocios neoyorquino, Cristopher O'Neill. Él la ayudó a salir de la depresión que le causó la ruptura con su anterior prometido, Jonas Bergström, después de enterarse de que la engañaba. Sus padres, Carlos Gustavo y Silvia, han aceptado la boda sin oponer resistencia. No les quedaba otro remedio, después de consentir el matrimonio de la heredera del trono sueco, la princesa Victoria, con Daniel Westling, su entrenador personal y propietario de una cadena de gimnasios.
Conservará su cuarto puesto en la línea sucesoria de la monarquía sueca. Sin embargo, su marido no podrá llevar ningún título de nobleza por ser de nacionalidad extranjera. Además, seguirá siendo duquesa de Hälsingland y Gästrikland, aunque él no tendrá otro título que el de «señor». Así lo disponen las leyes de Suecia.
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