La entrevista de Amilibia
Luis Gardey: «En Cuba encontré de nuevo el éxito»
Quién le iba a decir a él que cuando su fama se enfriaba en España, el sol de Cuba le devolvería el calor de la fama y el éxito. En la década de los 70 había participado en el Festival Internacional de Varadero con una canción que le había compuesto Juan Pardo, «Un amor como el mío». Fue número uno y la cantó toda Cuba mucho tiempo. A los dos años le volvieron a contratar: hizo recitales por toda la isla. Y algo más: su éxito como cantante le sirvió para adentrarse, allá, en el mundo de los negocios.
–Siempre recuerdo –me dice– algo que dijo Frank Sinatra cuando un periodista le preguntó por qué se metía en tantos negocios ajenos a la música, y él respondió: «Nunca se deben tener todos los huevos en la misma cesta, porque si ésta se rompe, te quedas sin huevos».
–Y usted se fue a poner sus huevos en diversas cestas y en Cuba...
–Sí. He representado a diversas empresas españolas exportadoras de bienes de equipo para la industria y también tengo intereses comerciales propios. Unos días los dedico a los negocios y otros, a las actividades artísticas. Todos los años actúo en la TV de aquí con grandes orquestas y muchas veces en directo. Me recuerda a los viejos tiempos de TVE, cuando la música no era enlatada y nos ponían orquestas y coros.
–¿Se siente cómodo con el régimen castrista?
–Sí, vivo cómodo y tranquilo, y además haciendo lo que me gusta.
–Curioso: elige para vivir un lugar del que casi todos quieren salir...
–Me encontré con un éxito y una popularidad que no esperaba. Aquí se aprecia mucho a los españoles. Cuba es un país muy musical y si triunfas, la gente te sigue queriendo y valorando siempre, no te olvida.
Dice Luis Gardey que los negocios no están reñidos con las preferencias políticas. «Además, yo nunca tuve intereses políticos ni color ideológico, y nunca fue una exigencia para hacer negocios en Cuba pensar de una manera u otra». Se reúne con españoles, sobre todo asturianos, que viven allí, «por ejemplo con Alfredo Megido, que formó con Quini y Churruca la mejor delantera que nunca tuvo el Sporting de Gijón, y que también se dedican al comercio; viajamos con frecuencia a otros países del Caribe, como Panamá y Santo Domingo, y nos reunimos en el Centro Asturiano a comer, tomar unas cervezas, ver partidos de fútbol y fumarnos un buen puro».
–Y cuando aprieta la nostalgia, ¿qué recuerda?
–La primera vez que canté en Radio Gijón fue con 15 años. Fue a escucharme el empresario del mejor jardín de verano que había allí; creo que los latidos de mi corazón se oían más que mi voz. Al día siguiente me contrató para los tres meses del estío.
–Perdió a su padre con 10 años y a su madre con 21...
–No tenía hermanos, y la muerte de mi madre me derrumbó. De mi padre tenía un vago recuerdo de oírle cantar con la gaita en las fiestas del pueblo. Era cantante de tonada asturiana y tenía una gran voz.
Ya sin familia, Madrid era la meta. Cantó en salas de fiestas, grabó su primer disco y compartió sueños y cañas con Tito Mora y Miguel Ríos cuando en las máquinas tocadiscos de los bares sonaban el Dúo Dinámico y José Guardiola. Eran los años 60. Luis del Olmo le entregó su Micrófono de Oro, ganó el Disco de Oro de RTVE, y Raúl Matas le premió como el cantante más popular de su programa «Discomanía». Más tarde, ya en el 82, cuando Julio Iglesias le dijo que iba a grabar un tema suyo, «Devaneos», no se lo podía creer. Luego le grabaría más: las canciones de Luis fueron números uno en medio mundo en la voz de Julio.
–Y llegó el bajonazo...
–Es ley de vida. No se puede estar siempre ahí arriba. O sí, depende del país. Yo veo aún en las televisiones americanas a mis viejos ídolos Tom Jones y Engelbert Humperdinck. Aquí eso es posible, no se depende tanto de las listas de éxito como en España. Me hubiera gustado que mi gloria durase más, pero... Ahora estoy componiendo canciones para un disco en el que también irían algunos boleros tradicionales. Canto mis éxitos con el mismo tono de hace más de cuarenta años. Mi voz no ha envejecido.
Envejece bien en La Habana, en la zona residencial Miramar, «aunque he perdido pelo, uso un cinturón más grande y para ver las arrugas que me van saliendo tengo que ponerme las gafas». Está separado. Tiene dos hijos y dos nietos que son, dice, su mayor ilusión. Ve su futuro con mucha tranquilidad, «sólo le pido a Dios que me dé salud para seguir activo, porque no hacer nada es morir». Le parece que lo peor de envejecer es pensar en lo poco que nos queda por vivir. Pasa en España dos meses en el verano y otros dos en invierno. «Mi idea es empezar a vivir más tiempo allí, entre Madrid y Gijón, y seguir con mis negocios en el Caribe viajando tres o cuatro veces al año». Huevos en distintas cestas, como dijo Frank.
✕
Accede a tu cuenta para comentar