Pedro Alberto Cruz Sánchez
Una máscara fría y acartonada
Desde las vanguardias, los retratos han sido causa de alguna sonada enemistad: valga como ejemplo el que Picasso le realizó en 1906 a su íntima amiga Gertrude Stein. Ésta reaccionó con horror al ver su rostro convertido en una máscara de reminiscencias africanas y acabó por retirarle el saludo durante un tiempo. Un arte que construía la realidad a su antojo no podía claudicar ante las leyes de la objetividad. Así que el retrato fue quedando apartado de la historia oficial del arte contemporáneo y su práctica, reducida a las minorías figurativas que habitaban las catacumbas de la institución.
Nada más extraño que un artista contemporáneo enfrentándose a un retrato oficial. Cuando no caían en un exceso de subjetividad, pecaban de demasiada prudencia y temor a la interpretación y arruinaban cualquier atisbo de verdad. Esto es lo que le ha sucedido a Paul Emsley, el afamado realista británico que, con su retrato de Kate Middleton, ha presentado una seria candidatura para arrebatarle a Cecilia Giménez y su «Ecce Homo» el lugar de honor en el «top» de las chapuzas. Es evidente que Emsley –retratista contundente y reconocido– ha convertido el respeto a la modelo en miedo a sí mismo. Y, claro está, el resultado ha sido catastrófico: la sustitución del rostro por una máscara fría, acartonada, separada de la fuente de vida de la persona representada por un pudor rayano en el pánico escénico. Al lado del retrato de Kate, la famosa cama de Tracy Emin no pasa de ser un inocente chiste.
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