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Las Campos tienen celos de Isabel Pantoja

La matriarca ha asegurado estar curtida e incluso harta de tantos años lucha aunque afirma que ya no le sorprende nada.

María Teresa Campos junto a sus hijas en uno de los programas emitidos desde su casa. Foto: Gtres
María Teresa Campos junto a sus hijas en uno de los programas emitidos desde su casa. Foto: Gtreslarazon

La matriarca ha asegurado estar curtida e incluso harta de tantos años lucha aunque afirma que ya no le sorprende nada.

Desasosegado y bastante sorprendido anda el mundillo televisivo. Las Campos, madre, hija y espíritu non sancto, parecen la pieza a batir aunque nadie del enganchador trío está en ningún programa cuando antes se las rifaban. La inesperada salida de Teresa, sin siquiera despedirla con un homenaje o una simple copa de vino español ya tan en desuso, tras defender durante casi diez años «¡Qué tiempo tan feliz!» marcó el más que desapego actual que puede llegar a la crueldad. Porque aquí la distancia no es el olvido, están siempre presentes aunque alejadas de la pantalla pequeña y el jaleo que provocan creando afectos, lealtad, seguimiento y polémica. Están a la orden del dia y aprovechan cualquier motivo para darles caña tanto a la madre como a las hijas. Carmen Borrego es la última que dijo adiós secundada por Terelu con el argumento increíble de que «no consiento lo que le han hecho a mi hermana pequeña». Teresa, maestra indiscutible, histórica y añorada, se va salvando aunque no siempre. Algunos cercanos al clan señalan que Terelu y Carmen heredaron los odios que habría generado su madre, por lo que esta supuesta y alejada venganza supondría una innegable cobardía cuestionando si van contra el personaje o la persona. Ahí me pierdo aunque tengo mi criterio y experiencia tras veinte años haciendo tele en los programa de mamá. Empecé con ella en su nada gloriosa etapa de TVE y la fuí siguiendo agradecido, porque ella me llevaba a todo lo que le fue surgiendo. Siempre dejó recuerdo de una profesionalidad única unida a su carisma personal tan enganchador. Como habla y cautiva Teresa en pantalla es irrepetible y ni lo consiguió Rosa María Mateo en sus mejores años. Siempre en un tono cordial, afable y próximo, dirigiéndose como amiga, encandiló y aún lo hace a sus casi 77 castañas, aniversario para el que apenas faltan días. Deberíamos celebrarlo y sus antiguas cadenas unirse al festejo. Ahí queda como propuesta digna de ser apoyada por todo lo alto.

Relación consolidada

En este más de un año alejada del medio tuvo el apoyo amoroso, entregado y siempre risueño de Bigote Arrocet porque la vida siempre manda una compensación en los momentos delicados. Al principio nadie apostábamos por la relación. No solo objetábamos la diferencia de edad, 77 contra casi 69 años. También estaba el aire aventurero y siempre de imparable viajador del chileno a quien le costaba afianzarse. De ahí las dudas y temores. Pero siguen ahí casi cinco años después, sin que nada altere la mutua entrega. Sirven de ejemplo estimulante y prueba de que no hay que perder las esperanzas por difícil que se presente el amor, no siempre Cupido acierta con las flechas del amor tan bien cantadas por una ahora decaída Karina, gran estrella de los 80 y mejor representante en Eurovisión cuando interpretó «En un mundo nuevo». Quedó la cuarta y, tras ella, la debacle hasta ese Miki Núñez de nuestros pecados en los últimos puestos que ya es la tónica habitual.

Durante muchos años seguí el certamen in person desde que Salomé vestida de canutillo turquesa por Pertegaz –que le hizo perder 15 kilos– ganó parcialmente con «¡Vivo cantando!», etapa en que TVE delegaba en Miramar, Barcelona, trajinada por Artur Kaps y Jorge Arandes, un clásico del medio. Fui a Copenhague, Amsterdam, Londres, Estocolmo y a algún certamen más para cubrirlos para «Teleradio», la revista en la que trabajaba y otra que pasó a la historia. Me impulsaba José Joaquín Marroquí, el segundo de abordo de Barcelona, desde el Ente. Pero vuelvo al cogollo, a cómo anda de ánimo la Campos. Curtida y hasta harta por tantos años de brega, ya nada le sorprende, aunque motivos no le faltan. Y en resumen, sincera, me suelta sin dejar de sonreír poniendo a sus penas puñaladas: «Yo nunca cobré un millón como la Pantoja, ojalá», aunque yo quiero ver en sus palabras mas ánimo que tristeza o desesperanza. Genio y figura.