Opinión
La crónica de Amilibia: ¿Seremos pobres de pedir o pobres sociales?
Leo a los analistas económicos con fruición, porque los que no tenemos nada nos preocupamos mucho por el dinero. Por las crisis, no, porque ya son como de la familia. A veces no logro entenderlos del todo por su lenguaje técnico. Por ejemplo, cuando el gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, dice «evitar el uso indeseado de cláusulas de indexación que pudieran alimentar el proceso inflacionista», me quedo patidifuso. Menos mal que Rivasés me lo aclara: todos seremos más pobres y habrá que hacer sacrificios compartidos. Vamos, que nos queda Calvario. Las dudas, aun así, persisten. ¿Seremos pobres moderados, pobres urbanos, pobres sociales, pobres sin techo, pobres relativos, pobres estructurales, pobres extremos o pobres de pedir? A estos últimos los dibujaba muy bien Mingote.
Entre los pobres también hay clases. Hay pobres con posibles (los que en agosto se van a pedir a Marbella) y pobres que nunca llegarán a nada, esto es, que nunca estarán en la lista de espiados por ‘Sálvame’». Ya lo dicen las madres de hoy: «Hijo, desengáñate: si no estás entre los espiados de la ‘Operación Deluxe’, no eres nadie». Mi esperanza, le grito al televisor, radica en que Núñez Feijóo me llame para su Oficina del Presidente. Ideas, lo que se dice ideas, no tengo muchas, don Alberto, pero puedo inventar tonterías que lo parezcan.
Además de no entender a los economistas, al Gobierno y a Rosalía, tampoco entiendo a Dabiz Muñoz: «El futuro de la alta cocina puede estar en un “delibery”, en un “foodtruck” o en un ‘’bistró”», dice. Lo del bistró, bien, porque antes uno iba por París, pero lo demás me deja frito. Da igual: soy un pobre que nunca podrá comer en DiverXO.
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