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Serrat, el poeta con dos almas, entre la "nova canço"y Lola Flores
Cantautor perseguido, hoy se ha convertido en una estatua viviente
Cantautor perseguido, hoy se ha convertido en una estatua viviente
Tengo para mí que Serrat ha vivido y vive, para bien y para mal, en una dicotomía, o sea, con el corazón más «partío» que Alejandro Sanz. Fue Joan por su padre, anarquista de la CNT y amante de los tangos y de la república catalana, y Manuel por su madre, Ángeles, aragonesa que cosía pijamas y era aficionada a la copla. Ahí empieza la dicotomía, las dos almas, el tipo fronterizo que a mí me parece Serrat, el Nano, la calculada ambigüedad del que dice que el «procés» es «un callejón sin salida, la feria del disparate», y después de visitar en la cárcel a Junqueras confiesa que la gran solución es el diálogo, como si a Torra y Puigdemont se les pudiera cantar en castellano «Palabras de amor» o «Caminante no hay camino».
La partición o división musical: cantar con Lola Flores «Pena, penita, pena» y con Lluis Llach en las fiestas de Vilanova y la Geltrú. Siempre entre la Nova Cançó y la copla. También entre el tango y el bolero, la sardana y la jota. Partición o división erótico-festiva: un romance con Guillermina Motta (catalana) y otro con Lolita (española). Más: uno con Mónica Randall (catalana) y otro con Marisol (española) Nunca se sabrá si Serrat inició la conversión al socialismo de Marisol que luego remataría Gades, pero cuentan diversos biógrafos de la cosa que ambos se encerraron varios días en la habitación de un hotel a romper el colchón. Les dejaban en la puerta la bandeja de la comida y retiraban las butifarras con moho. Se ve que les bastaba con los cacahuetes del mueble bar. Partición o división política: discursos lo suficientemente semidesnatados para satisfacer a los de aquí y a los de allá y no sublevar nunca a sus diversas aficiones. «Fuera de los extremos –dice ahora– estamos los que creemos en los grises». Antes tocaba correr delante de los grises; ahora, estar con los grises.
Principios de los 70: el Nano tocaba en Madrid con la aureola ya muy crecida de cantautor perseguido, censurado y prohibido. El que se había negado a ir a Eurovisión si no le permitían cantar el «La, la, la» en catalán. Versión oficial del Nano: era para protestar por la marginación del catalán en el franquismo. Versión extraoficial o leyenda que circuló entonces: algunos empresarios catalanistas habían puesto un pastón sobre la mesa para que la cosa sucediera así. El representante de Serrat, Lasso de la Vega, un lince, jugaba a dos bandas: negociaba con TVE la solución intermedia de cantar un verso, solo uno, en catalán, mientras buscaba la conformidad de los empresarios nacionalistas a esta rebaja. Así pretendía lograr la reconciliación de su pupilo con el sector más catalanista (había perdido afición cuando a finales de los 60 comenzó a cantar en castellano y a interpretar películas españolas) y no perder el dinero de los empresarios.
En fin, que el Nano estaba en Madrid, decía, y le entrevisté para «Pueblo» («no sé para qué me haces una entrevista que no van a publicar», me dijo a modo de saludo). Nos caímos bien, creo, y al final le dije que en casa teníamos cangrejos con tomate por si le apetecía pasarse más tarde. No me podía imaginar (y menos mi mujer) que llegaría a la una de la madrugada con toda su troupe, casi una veintena entre músicos, técnicos y amiguetes. Tuvimos que ir al bar de abajo a por más cerveza, vino y whisky. Fue una velada agradable porque entonces no existía el «procés», y recuerdo que el Nano me habló sobre todo de sus tiempos de perito agrícola y sexador de pollos. «Pagaban muy bien –me dijo–porque encontrar el sexo de los pollitos es tan difícil como hallar el sexo de los ángeles». «Sobre todo de los transexuales», bromeé. Tradujo a los demás mi coña al catalán y se rieron mucho.
Lloró en el entierro de doña Concha Piquer. Si Pepe Sacristán suele decir que es una Juanita Reina frustrada, el Nano bien podría decir que en algún momento de su vida fue una Concha Piquer sin cuajar. Pero él no decía esas cosas. Una vez, excepcionalmente un poco lanzado, me confesó algo que hizo fortuna: que él había empezado en la música para tocarle el culo a las chicas. Descubrió, digo yo, que eso era más divertido que tocarle el culo a los pollos. Me temo que hoy no diría algo así ni parecido, por si surgiera un #MeToo que no respetara la prescripción de delitos por los años transcurridos, en plan justicieros retroactivos.
Tenía un loro, Matías, que repetía frases y voces de todas las chicas que habían pasado por su casa. Hombre prudente, antes de casarse con Candela regaló el loro al escultor Xabier Corberó. Si Matías vive, puede que tenga una buena entrevista y alguna exclusiva. Hoy, en la web del ayuntamiento de Barcelona se ofrecen visitas guiadas por los barrios de su infancia. Convertido en estatua viviente, seguro que el Nano tiene dos paraguas para protegerse de las cagadas de todo tipo de palomas.
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