Crítica de cine
«Her»: La soledad del sistema binario
Dirección y guión: Spike Jonze. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Scarlett Johansson, Amy Adams, Chris Pratt. EE UU, 2103. Duración: 126 minutos. Melodrama.
Spike Jonze sueña con un limbo donde la nieve y el polvo bailen al ritmo de una canción «emo». Un cielo donde sea posible el amor entre la materia y la antimateria, entre el cuerpo analógico y la tecnología digital. «Es en el espacio infinito entre las palabras que me estoy encontrando a mí misma. Es un lugar que no existe en el plano físico. Es donde está todo lo demás que ni siquiera sabía que existía». Habla el sistema operativo llamado Samantha, la empatía hecha desaparición, el cero de ese sistema binario conocido como amor. Samantha está condenada a vivir «entre» las palabras y las cosas, en el intervalo del mundo, mientras que Theodore, que se ha enamorado también de ella en una situación de tránsito e incertidumbre –acaba de romper con su mujer y no sabe qué hacer con su vida–, necesita salir del agujero negro, abrazar lo real en un universo donde todo es simulacro (él mismo es otro avatar: escribe cartas de amor por encargo).
Como «Sueño de amor eterno» o «El fantasma de la señora Muir», «Her» cuenta el romance entre lo visible y lo invisible. No es tarea fácil, sobre todo cuando lo invisible es audible a través de lo que parece un iPod de bolsillo. Estamos en el terreno de la ciencia-ficción distópica, pero nada es demasiado apocalíptico, excepto lo aislados que estamos todos y lo mucho que hablamos solos por la calle. La elegante dirección artística, de línea clara, insiste en el bienestar solipsista que condena a los personajes. A Jonze, sin embargo, le interesan más los seres humanos que la tecnología. Difícil que encontremos más primeros planos de Joaquin Phoenix en otra película. Difícil que nos topemos con una voz más corpórea y más fácil de reconocer en nuestro imaginario que la de Scarlett Johansson. «Her» es una película admirable, aunque no siempre consiga lo que quiera. No se la puede culpar, porque se está poniendo palos en las ruedas continuamente. Por ejemplo, Jonze no tarda demasiado en enfrentarse al primer encuentro sexual entre Theodore y su sistema operativo, y lo resuelve con tal sencillez que resulta imposible no creer a pies juntillas en lo que nos está contando. Quizá subraya en exceso el tono melancólico de la película, rayano en la cursilería, y es evidente que no sabe cómo terminar su fábula tecnoromántica, pero su talento nunca se queda sin batería.
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