Historia

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Cuando la cerveza se volvió pecado

Durante los felices 20 entró en vigor la conocida como Ley Seca, una de las medidas más recreadas por la literatura y el cine y que señaló a la bebida como la principal causante de las lacras sociales

Agentes de la prohibición haciendo cumplir la Ley Seca en 1920
Agentes de la prohibición haciendo cumplir la Ley Seca en 1920 larazon La Razón

«Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los barrios bajos pronto serán cosa del pasado. Las cárceles y los correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán las mujeres y reirán los niños. Se cierran para siempre las puertas del infierno», decía a sus feligreses el reverendo Billy Sunday, un adalid de la Ley Seca la tarde del 16 de enero de 1920. Esa ley entró en vigor a las 00 horas del día siguiente como consecuencia de la aprobación el anterior octubre de la Ley Volstead –o Ley Nacional de Prohibición– que prohibía la fabricación, comercialización y consumo de bebidas alcohólicas.

La Ley Seca, mil veces recreada por la literatura y el cine, fue la consecuencia de la campaña antialcohólica desatada en gran parte de Estados Unidos a partir del siglo XVIII. La batalla entre partidarios de la libertad de consumo y prohibicionistas se fue decantando paulatinamente a favor de estos gracias al empuje de las sectas religiosas más radicales, de las organizaciones femeninas que achacaban los problemas familiares al alcohol, del movimiento sufragista y de la mayoría de los profesionales sanitarios (médicos, psiquiatras y farmacéuticos), muchos de ellos consumidores, lo mismo que las clases más acomodadas, que se unieron a la Campaña moralizadora, pensando en limitar el consumo de alcohol a la esfera privada, «con tal de ver las calles libres de borrachos, delincuentes, sifilíticos, prostitutas...».

Y es que el ariete prohibicionista achacaba a la bebida la mayoría de las lacras sociales. Hoy parece graciosa una proclama feminista de 1918, en plena Gran Guerra, acusando al consumo de alcohol de «germanófilo, criminógeno, ruinoso para la salud, corruptor juvenil, nefasto para el matrimonio y traidor a la patria...». La Ley Seca no eliminó el consumo de alcohol, pero fue una bendición para los delincuentes, que abandonaron el peligroso oficio de atracar bancos por el más fácil y lucrativo tráfico de bebidas, por pasar camiones de whisky o ron por las fronteras, bajo la protección de policías corruptos. Millares de norteamericanos se hicieron agentes de la prohibición –con el sueldo mensual de 166 dólares, inferior al precio de una caja de vodka– y de su honestidad y eficacia habla el dato de que una cuarta parte fueron expulsados del cuerpo por robar o por complicidad con los traficantes.

Jauja para los delincuentes

En la literatura de la época se recogen casos de policías que acudían al trabajo en lujosos automóviles conducidos por su propio chófer. Y la plaga contaminó igualmente a las policías de fronteras y de tráfico, en gran parte a sueldo de las bandas de traficantes. Un tipo de delincuentes especialmente favorecido por la Ley Seca fueron los mafiosos italianos. Escapando del acoso fascista muchos optaron por emigrar y en aquella «tierra de promisión» y al socaire de la prohibición encontraron maravillosos negocios, de modo que tiraron de sus clanes y situaron en Estados Unidos a millares de extorsionadores, pistoleros, maleantes..., gentes bregadas y de confianza dispuestas a hacer fortuna o a dejarse la piel. Las bandas de Al Capone (400 asesinatos), Genovese, Luciano, Torrio, Colosimo, Masseria, Maranzano, el Holandés…, son casos que trascendieron a la literatura y al cine después de pudrirse en la cárcel o en el cementerio. El momento álgido de la criminalidad es el día de San Valentín, el 14 de febrero de 1929, cuando la banda de Al Capone asesinó a cinco pistoleros de Bugs Moran, «El Irlandés», un competidor en el tráfico de alcohol. El incremento de criminalidad saturó las prisiones federales: en 1919, encerraban a 4.000 delincuentes; en 1931, a 26.859.

Chicago, epicentro literario y cinematográfico de la delincuencia en la época, tenía unos 3 millones de habitantes y en 1925 se practicaron allí más detenciones a causa del alcohol que en toda Gran Bretaña con 40 millones de habitantes. La delincuencia se multiplicó por seis, lo mismo que las muertes por alcoholismo y la criminalidad por diez. Nueva York –siete millones de habitantes– no se quedó atrás: antes de la prohibición existían unos 15.000 puntos de venta de bebidas, fundamentalmente cerveza, y durante la prohibición llegaron a funcionar ¡32.000! Entre las profesiones que más se lucraron con la Ley Seca estuvieron las sanitarias, prohibicionistas en general hasta entonces, a las que la situación franqueó el camino hacia la prosperidad: solo en el primer semestre de 1920 los médicos solicitaron 15.000 licencias para recetar alcohol y 57.000 farmacéuticos para venderlo como medicamento.

Las investigaciones han concluido que durante un año de la prohibición se consumían en el país 2.600 millones de litros de cerveza; 460 millones de litros de vino y 800 millones de litros alcoholes de alta graduación. Para un país que entonces tenía 137 millones de habitantes (1930) supone un promedio anual per cápita de 17 litros de cerveza, 3,3 litros de vino y seis litros de alcoholes fuertes. Si se quita a niños, ancianos, gran parte de las mujeres, abstemios y enfermos, el consumo de los bebedores debía ser 4/5 veces superior (unas 230 cervezas, 20 botellas de vino y 36 botellas de ginebra, whisky o vodka).

Sorprende la obcecación o la inmoralidad de quienes sostuvieron esa norma cuando, poco después de su aprobación, era evidente que provocaba graves prejuicios sin solucionar mal alguno. La Ley Seca perduró porque «el tráfico de alcohol se había convertido en la profesión más lucrativa del país» y lo contaminaba todo, alcanzando, incluso, a la Casa Blanca: generó parte de la estructura y del dinero que llevó a la presidencia a Warren G. Harding, al que la muerte, en 1923, le ahorró el «impeachment» y, quizá, de la cárcel por complicidad con el tráfico; sus secretarios del Interior y de Justicia fueron juzgados y condenados.

La sed de Elliot Ness

En abril de 1933, un mes después de llegar a la Casa Blanca, el presidente Franklin D. Roosevelt logró la retirada de la Ley Seca. Era uno de los puntos fuertes de su campaña presidencial en el que analizaba la división política, la masiva denuncia social y las múltiples recomendaciones que se le hacían de índole sanitaria, policial y legal. Un personaje extraordinariamente influyente en la época era el magnate de los negocios John D. Rockefeller, que en 1919 había apoyado la Ley Volstead, pero en 1932 estaba indignado con el resultado: «Ha aumentado el consumo de alcohol, se han multiplicado los bares clandestinos y ha aparecido un ejército de criminales». En la decisión presidencial tuvo un peso decisivo su efecto económico: eran los días más duros de la Gran Depresión y, tras el fin de la prohibición, el Departamento del Tesoro recuperó los importantes ingresos de los impuestos sobre el alcohol.

¿Qué ocurrió cuando volvió a ser legal el consumo de alcohol? A Elliot Ness, agente del Tesoro que desde 1927 hasta el final de la Ley Seca se dedicó a combatir el tráfico ilegal al frente de sus «intocables», le preguntó un periodista qué haría cuando terminara la prohibición: «Me tomaré una cerveza», replicó el policía. Quizá solo fue una. La retirada de la ley no supuso un aumento importante en el consumo de alcohol, ni se advirtieron efectos nocivos diferentes para la salud de los norteamericanos. Por el contrario, durante su vigencia, se produjeron alcoholes venenosos que causaron más de treinta mil muertos y más de cien mil enfermos con lesiones permanentes.

Más consumo de bares y más delincuencia
Los estudios sobre la Ley Seca concluyen que no logró reducir el consumo de alcohol, pero:
✹ Estimuló la destilación clandestina, que produjo alcoholes venenosos, cuyo perjuicio para la salud fue superior al mal que se trataba de evitar.
✹ Creó un nuevo tipo de delincuencia, que persistiría tras el final de la prohibición, pasando al contrabando, la prostitución, las apuestas, los estupefacientes o el tráfico de armas.
✹ Perjudicó gravemente la economía: arruinó la industria alcoholera nacional, el Estado perdió los impuestos que gravaban las bebidas y el contrabando a gran escala, supuso una sangría de divisas.
✹ Convirtió en un pasatiempo elegante y snob el consumo de alcohol entre la juventud urbana, con el caso paradigmático de Scott Fitzgerald, un bebedor compulsivo autor de «El Gran Gatsby» (Debolsillo, 2017)
✹ Modificó los hábitos sociales. En Estados Unidos, antes de la prohibición, bebían sobre todo los pobres o los ricos; con la Ley Seca, el consumo de alcohol se generalizó entre la clase media.