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El Factor riesgo por Marina Castaño
A veces, sin intención alguna, llegan hasta nuestros oídos conversaciones que atrapan nuestra curiosidad.
El otro día un amigo de Barcelona me preguntaba si era cierto que iba a grabar un disco. Yo, perpleja, le dije que de dónde sacaba semejante cosa y él me contestó que lo había oido en la mesa de al lado, en un restaurante donde estaba comiendo.
Y algo parecido me pasó tambiénen una cafetería, donde una joven universitaria comentaba a su amiga y compañera de estudios su excitante experiencia de sexo en pleno campus.
Excitante por el peligro que encerraba, claro, porque el único parapeto con que contaban era un seto de boj, y medio vestidos medio desnudos, culminaron su acto entre las risas que les produjo semejante travesura.
Es una fantasía muy común que genera enormes cantidades de adrenalina, como cualquier otra experiencia excitante.
Todavía recuerdo una canción de Luis Eduardo Aute de los años ochenta en la que recitaba también una curiosa anécdota sucedida en un ascensor, que se paró en antes de llegar al portal y el hombre y la mujer que lo ocupaban sintieron una atracción inevitable que los llevó al sexo enloquecido.
¿Y quién no recuerda la famosa escena en el baño de un avión de la película Enmanuel?
Sí, realmente son muchos los lugares que abren la espita de la libido: un bosque, la piscina, el coche, la habitación de un hotel, una playa solitaria…
La imaginación y la fantasía de cada cual es ilimitada y el factor riesgo le añade a muchos un ingrediente inigualable e imprescindible. Cada persona es un mundo y los diferentes registros por lo que nos movemos son, a veces, sorprendentes.
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