París

De viaje a casa de los Gurunsi por Carlos Hernández

Carlos Hernández, director de Comunicación de Paradores de Turismo
Carlos Hernández, director de Comunicación de Paradores de Turismolarazon

Hay lugares que recuerdas por sus monumentos. Otros te cautivan por su sencillez. Entre estos últimos existe un rincón olvidado, repleto de gentes humildes que, sin embargo, reparten generosamente lo poco que tienen y regalan sus ganas de vivir. La región de Tiebele, en la frontera entre Ghana y Burkina Faso, está ocupada por la etnia de los Gurunsi. La arquitectura de este pueblo es singular y está cargada de simbología relacionada con sus creencias. Llamativos colores y formas geométricas de significado mágico adornan sus viviendas circulares, con el aspecto de grandes vasijas de adobe.

El acceso al interior de estos hogares es minúsculo. Las creencias animistas son las que rigen buena parte de la vida diaria de los Gurunsi y les empujan a mantener una relación especial con sus viviendas. Cada una de sus casas está poblada por los espíritus de sus antecesores y, por ello, tratan de preservarlas durante el mayor tiempo posible, pasando de una generación a otra.

La mejor forma de conocerles es alojarse en el único hotel con cabañas de adobe que hay en la región. Lo regenta un joven ejecutivo francés que, harto de su estresante trabajo en París, lo abandonó todo y construyó este rústico pero auténtico refugio. No tiene electricidad, pero un generador permite tener algo de luz durante las primeras horas de la noche. No tiene agua corriente, pero un ingenioso depósito permite darte la mejor ducha del viaje. A su alrededor sólo hay un grupo de casas de adobe: cada una es una sencilla habitación dotada de cama, mosquitera y una azotea que no tiene precio.

Sólo hay que encaramarse a una escalera portátil para llegar a ella y disfrutar de una espectacular puesta de sol. Una rayada silla de plástico, modelo «Carrefour», se convierte en el mejor trono para contemplar cómo los extensos campos de mijo, que son la base fundamental de su alimentación, se extienden hasta el infinito. La cena, una enorme fuente de boniatos, se comparte entre inquilinos, caseros y amigos. Los ojos brillantes y curiosos de un grupo de niños del poblado contemplan cada uno de nuestros movimientos. Risueños, disfrutan cantando y bailando en la noche estrellada y limpia del cielo africano.