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Amor con tren por José Luis Alvite
He sentido siempre fascinación por el ferrocarril y preferencia por las películas en las que a la gente les ocurre una decepción, una esperanza y un tren. De la tensa y magnífica «Conspiración de silencio» me gusta sobre todo la secuencia inicial, en la que Spencer Tracy se apea de un tren en medio de un paraje desolado e inhóspito que no presagia nada bueno. Aunque era anterior en el tiempo descubrí muchos años más tarde «Breve encuentro», la exquisita película en la que David Lean narra la historia de un hombre y una mujer que se encuentran casi a diario en la cantina de una estación de ferrocarril y viven una historia de amor al margen de sus respectivos matrimonios. Trevor Howard está muy convincente como el médico que se enamora del ama de casa burguesa interpretada por Celia Johnson, una actriz hermosa pero discreta, un rostro sin noticias y sin dobleces en el que David Lean supo fotografiar con delicada relojería la coexistencia del amor, el deseo y la culpa. Se aman y se necesitan, pero aunque vencen sus remordimientos y aceptan la angustia moral de sus vidas paralelas, saben que la continuidad pudorosa de lo suyo no depende de que lo que sienten sea sólido, que lo es, sino de que sean creíbles sus coartadas y, sobre todo, de que llegue puntual el tren. En mis días de marinero de la Armada intenté una historia de ese tipo en la estación del ferrocarril en Vilagarcía de Arousa. Eramos jóvenes y no estábamos casados, así que la emoción no era la misma. Nos vimos unas cuantas tardes de invierno en la cantina de la estación. Yo le hacía frases y ella sonreía, pero en la cantina hacía demasiado frío. Salió mal. Yo le prometía el calor sin leña de la literatura, pero ella me dijo que lo que necesitaba no era un poeta, sino un fogonero.
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