Cine
De risa de llanto
No presencié la llamada «Gala de los Goya» –me pregunto qué ha hecho Goya para merecer esto–, pero sí la he visto impresa. De risa, de llanto. Leo que la entrada en el Teatro Real de políticos y cineastas no fue precisamente gloriosa. Abucheos y hasta huevos. De risa, de llanto. Una industria cuyos productos son despreciados y rechazados por la mayoría de sus posibles usuarios organiza el guateque. Porque el presumible cine español no es arte ni cultura, sino una industria arruinada que sostenemos los españoles con nuestros impuestos. De risa y de llanto. También pagamos la fiesta del domingo, arrebolada de «glamour» hispano. Y las estatuillas.
Un Goya cabreado. Motivos le sobran para estar enfadado en bronce. Dicen que Javier Bardem, el de la clínica, tiene cincos «goyas». Entiendo que se haya mudado de casa, para no verlos. Vivir con cinco «goyas» malhumorados y siniestros tiene que ser muy desagradable. El «Oscar», al fin y al cabo, es como un pirulí que se esconde en cualquier rincón de la biblioteca, suponiendo que estas personas tengan bibliotecas en sus cálidos hogares. Además, el «Oscar» tiene mérito, porque proviene de la Meca del Cine, y ése mérito no se lo voy a regatear a Javier Bardem porque sería injusto. Pero lo de los «goyas» clama al cielo.
No viven en este mundo. Lo hacen en una bóveda de vanidad y falsedad que nada tiene que ver con la realidad de la calle. Por eso la gente no pasa por taquilla y en lugar del aplauso, opta por el abucheo. Pocas autoridades. La Sinde, atractiva; la Salgado, elegante, y la Pajín…
De risa y de llanto. También acudió el ministro Sebastián, me figuro que por lo de la industria. Mario Camus, el gran director montañés, como un pulpo en un garaje. Es de los de antes, de los que sabían hacer cine. Porque nuestro cine es cangrejero. Se mueve hacia atrás. Hay menos talento en el cine español que en la cabeza de un berberecho. No necesitan pensar.
Hacen cualquier cosa y se la paga el Ministerio de Cultura, cuando en justicia el cine español tendría que administrarlo el Ministerio de Industria, y en concreto, la Subdirección General de Industrias Quebradas, porque la cultura brilla por su ausencia.
Insisto en la irrealidad de la fiesta. La alfombra roja, las falsas sonrisas, la distancia insuperable entre su pequeño y aislado mundo y los sentimientos y preocupaciones de la sociedad. Sostres recuerda a Pla cuando preguntaba ante una mesa atiborrada de delicias: «¿Quién paga todo esto?». Pues usted, el de más allá, el que cruza la calle, el que espera el autobús,el que se divierte en las mañanas de los domingos remando sobre una piragua, la piragua y servidor de ustedes. Pero ellos, que lo saben, no quieren hacerse los enterados. Y montan estos espectáculos ridículos para entregar unos premios que llevan el nombre de un genio universal que de poder hacerlo, los mandaría a todos a paseo. Risa y llanto. Risa la de ellos, y llanto el de los demás. De no obtener subvenciones, ¿de qué vivirían? Con toda probabilidad harían un cine mucho mejor, menos facilón, tópico, mejor dialogado y menos grosero en el lenguaje. Los productores se jugarían sus dineros, y se aliviaría la contumaz majadería de las actuales producciones. Pero eso, de risa y de llanto, ellos están ahí, viviendo del aire regalado, de la nada productiva, del cinismo de la «excepción cultural». Y claro, como no se enteran, la alfombra roja, las joyas, las sonrisas, los premios, y los insultos. De risa y de llanto.
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