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El icono de la dentadura del proletariado por Lluís Fernández
No es normal que un asesino de masas se convierta en un icono pop, pero así ha ocurrido con el dictador norcoreano Kim Jong Il. Es el triunfo de la caspa comunista, que ha dejado tras de sí no sólo horror, crueldad y muerte, sino un ranking de malvados sin competencia con cualquier otra ideología totalitaria. Y eso que la competencia ha sido dura: Lenin, Stalin, Mao, Ceaucescu, Pol Pot y Fidel Castro. Juntos suman la friolera de cien millones de muertos. Y, sin embargo, ante el tribunal de la Historia sólo aparece Hitler como el criminal más monstruoso.
Porque de eso se trata, de monstruosidad, de friquismo. Un friqui es un «bicho raro», un maniaco, alguien que se comporta de forma loca e irracional, como friqui es todo aquello que resulta extraño, chocante e inusual. Y en este sentido, Kim Jong Il es un megafriqui que trasciende la etiqueta para simbolizar el lado megacutre de la ideología totalitaria convertida en espectáculo del reality show más cruel e inmoral que pueda darse en un mundo globalizado donde nada puede ya esconderse al escrutinio del público.
Para los friquis, Kim es el azimut de lo grotesco. El culmen del kitsch totalitario. El tipo de dictador comunista repleto de connotaciones camp, ideal para que los grafiteros y artistas urbanos lo tunearan de Dj o James Bond.
En «Team America», Trey Parker lo consagró como el nuevo Miniyó del Eje del Mal, presentándolo como un clon de Gary Gliter con plataformón, el pelo cardado y teñido y una gafas enormes, tipo secretaria del «Un, dos, tres».
La fascinación friqui por la estetización de la política está en su capacidad de recortar el espanto en su faceta espectacular y consumirlo de forma irónica, focalizado en el aspecto ridiculizante de los dictadores. Kim fue el primer líder heredero del comunismo dinástico. El himno coreano es un mesónico tocado por sintetizadores de orquestina. En su famoso museo de regalos de Estado, el «Palacio de la Amistad», la «pièce de résistence» más celebrada es un Don Quijote de Lladró que le regaló Carrillo.
Le sigue en bizarría el discurso del dictador norcoreano sobre las conquistas sexuales del régimen asiático, donde explica lo mucho y bien que saben sus súbditos masculinos darle al sexo oral, una práctica de la que conocen todos sus secretos, permitiendo a sus parejas alcanzar un auténtico y prolongado orgasmo dialéctico y materialista.
Pero lo que redobló el éxtasis friqui fue el descubrimiento del secuestro en 1978 de Shin Sang Ok, el más importante director de cine surcoreano, y de su esposa, la actriz Choi En Hui, para obligarle a dirigir su guión sobre un monstruo tipo Godzilla llamado «Pulgasari». Al negarse, lo encerró durante cuatro años en una prisión de máxima seguridad. Hoy, «Pulgasari» es una cinta de culto del cine basura.
Este delirio biográfico sintetiza el modelo friqui del dictador perfecto de la dentadura del proletariado.
Lluís Fernández
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