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La Razón
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Me cuelo, no sin cierto dolor de tripas o de corazón, en una sala de lo Penal donde se celebra a puertas abiertas el juicio de uno que no sólo ahogó con sus manos a la mujer, sino que la descuartizó a conciencia para esconderla en el fondo de una cámara frigorífica, y me acurruco en un banco de atrás. Y sigue el juicio su marcha, fiscal, testigos, reo mal afeitado, los ojos rojos, la lengua fuera, abogados, y de por sí no me dice nada nuevo: alegación de enajenación transitoria, demostración con técnicos psiquiátricos de lo infundado de la alegación, alboroto, orden del juez para imponer calma, perorata conclusiva del fiscal, en fin, lo de siempre. Lo que me ha interesado más son los comentarios de dos señoras mientras se retiran los del jurado antes de la sentencia: -Me parece que éste va derecho a podrirse en la trena para el resto. -Y que, si hubiera pena capital… -¿Qué, Sabina?, ¿que lo mandabas a la horca? -Puf, yo no soy pa mandar nada, pero desde luego tantas atrocidades… -A la mujer, con eso, no la ibas a sacar del frigorífico. -Calla, Flora, por favor. La cosa es que siempre se ha hecho así: el que la hace, la paga: eso es justicia, ¿no? -Será, Sabina; pero ¡qué fea que suena!, ¿a tí no? -Claro. Pero ¿por qué tenemos que estar tan mal hechos?, ¿por qué tiene que haber asesinos? -Ten en cuenta que, si no, no habría jueces. -Ya. Pero no me digas, Flora: ese hombre es un mostruo, hay que quitarlo de en medio, ¿no?

Juzgar a los jueces
-Porque es malo. -Es, es malo.
-¿Y habrá nacido así? Tú, Sabina, ¿has conocido malos de nacimiento? -Yo ¡qué sé, tía!, no me líes: el caso es que ha venido a ser malo, así de malo como para hacer lo que ha hecho. -Y entonces, hay que eliminarlo. -Jo, pues claro: no vas a dejar… -Para que las demás sigamos siendo tan buenas como somos. -Cállate de una vez, Flora, no me envenenes más. O ¿qué?: ¿vas a ponerte tú a juzgar a la Justicia?, ¿a juzgar al mundo? -Bueno, por lo menos no soy yo la que lo ha hecho.