Historia

Teruel

La historia cainita del socialismo por César Vidal

Las disputas entre facciones dentro del PSOE no son nuevas. Las diferencias han sido a veces insalvables y no siempre resueltas mediante el debate 

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E l PSOE es, como tantos fenómenos relacionados con la Historia de España, muy especial. Su fundación fue muy tardía y, por añadidura, durante tres décadas su repercusión fue prácticamente nula, no contando hasta 1910 con un diputado en las Cortes. Estas circunstancias explican en parte que el PSOE experimentara un desarrollo peculiar en el que tuvieron que ver más las filias y las fobias personales que el sereno debate ideológico. Miguel de Unamuno, que militó efímeramente en el PSOE, escribió con amargura: «Soy socialista convencido, pero, amigo, los que aquí figuran como tales son intratables: fanáticos necios de Marx, ignorantes, ordenancistas, intolerables, llenos de prejuicios de origen burgués, ciegos a las virtudes y servicios de la clase media, desconocedores del proceso evolutivo. En fin, que de todo tienen menos sentido social. A mí empiezan a llamarme místico, idealista y qué sé yo cuántas cosas más. Me incomodé cuando les oí la enorme barbaridad de que para ser socialista hay que abrazar el materialismo. Tienen el alma seca, muy seca, es el suyo un socialismo de exclusión, de envidia y de guerra, y no de inclusión, de amor y de paz. ¡Pobre ideal! ¡En qué manos anda el pandero!».

Golpe de mano
Ciertamente, tras la muerte del fundador Pablo Iglesias, el PSOE se convirtió en un vivero de rivalidades. Su primera víctima fue Julián Besteiro, uno de los poquísimos intelectuales con los que contaba el partido, al que se orilló, dejando el campo de Agramante a disposición de Indalecio Prieto y Largo Caballero. Se suele repetir que Largo era bolchevizante mientras que Prieto abogaba por una línea socialdemócrata. Semejante afirmación es errónea. De hecho, Prieto apoyó el alzamiento armado de octubre de 1934 contra el Gobierno republicano. Cuestión aparte es que no estuviera dispuesto a someterse a Largo Caballero. La misma división del PSOE contribuyó considerablemente al estallido de la Guerra Civil y, según Madariaga, fue su razón principal. Lo cierto es que con los españoles enfrentándose a tiros, el PSOE siguió siendo escenario de nuevas luchas internas. En mayo de 1937, con el respaldo directo del PCE y de Stalin, Prieto provocó la caída de su compañero de partido Largo Caballero y disfrutó de un poder que duró hasta la derrota de Teruel. Tras ésta, la URSS decidió impulsar al que fue su primer hombre durante la guerra: el socialista Juan Negrín, responsable en 1936 del envío a la URSS de las reservas de oro del Banco de España.
Mientras Negrín se aferraba a la idea de combatir hasta que que comenzara la guerra mundial, anarquistas, republicanos y socialistas se percataron de que prolongar la sangría carecía de sentido. En marzo de 1939, tuvo lugar un golpe de estado contra Negrín y el PCE al que se sumaron socialistas emblemáticos como Wenceslao Carrillo, padre de Santiago, y Julián Besteiro. En esas fechas, Besteiro escribía desilusionado: «No es, pues, fascista el ciudadano de la República, con su rica experiencia trágica. Pero tampoco es, en modo alguno, bolchevique. Quizás es más antibolchevique que antifascista, porque el bolchevismo lo ha sufrido en sus entrañas, y el fascismo no».

Era una confesión de derrota que se mantendría incluso en el exilio, donde la mayor parte del PSOE repudiaría la acción de Negrín –reivindicado recientemente por Zapatero– e intentaría corregir los errores del pasado. No lo conseguiría. De hecho, a inicios de los años setenta, sería desplazado por un joven andaluz llamado Felipe González.