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El desprestigio de la política por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Está claro que la gente sólo valora lo que sirve para algo –y, en el caso de que tal utilidad no se dé, que al menos no perjudique demasiado al normal desenvolvimiento de la sociedad. Ése es el problema de la política: los ciudadanos consideran que sólo sirve para entorpecer procesos lógicos y beneficiosos. ¿Por qué? Lo cierto es que, desde hace años, hay una idea que, a modo de coletilla o insufrible lugar común, he escuchado repetir y que no puedo sino reconocer que me saca de quicio: «la política es un juego».
Todo juego, en efecto, tiene sus reglas; las reglas, a priori, no son ni buenas ni malas, pero indican ya algo no muy positivo: un sistema, un mundo aparte, una realidad muy específica que pretende singularizarse del resto de situaciones. La política, en este sentido, no ha dudado en marcar una distancia con respecto al conjunto de la sociedad: la suya ha sido una continua estrategia de ensimismamiento en la que su fin principal –servir a la ciudadanía- se ha vuelto cada vez más difuso, en beneficio de una visión eloquecidamente partidista de la realidad que termina por arruinar cualquier buena voluntad.
Soy consciente de que con esta descripción de los hechos sólo opero una generalización que, por lo tanto, resulta injusta con el trabajo de muchas personas comprometidas hasta las cejas en su desempeño público. Pero lo cierto es que resulta frustrante constatar, día tras día, cómo la acción política se frivoliza hasta cuotas inimaginables por causa de un radicalismo partidista e ideológico insoportable para cualquier sociedad civilizada. Para determinados políticos, lo importante no es hablar con coherencia y a favor de los intereses de la mayoría, sino cumplir satisfactoriamente con las expectativas que su auditorio minoritario ha generado. Llega un momento en que de lo que se trata es de evaluar quién se muestra más radical a la hora de aplicar un catecismo ideológico, completamente apartado de los tiempos modernos y, por inclusión, de la sensibilidad e inquietudes de los ciudadanos. Algunos políticos hablan para sí mismos; y sucede que cuando uno no tiene mayor responsabilidad que ésta, termina por incurrir en la frivolidad, en las lecturas superficiales de los hechos, en situaciones demenciales que no se justifican desde ningún prisma de rigor. Pero ellos siguen a lo suyo: con la superioridad que les otorga su narcisismo.
Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo
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