Londres

La creación en tiempos convulsos

El Reina Sofía acoge «Encuentro con los años 30» y el Guggenheim, una muestra sobre Schiele

El artista austriaco fraguó una obra escandalosamente libre
El artista austriaco fraguó una obra escandalosamente librelarazon

La revolución toma el Museo Reina Sofía
Dos mil metros cuadrados y 400 obras. El Reina Sofía inaugura hoy, con la presencia de Doña Sofía, una de las exposiciones más destacadas del otoño, comisariada por Jordana Mendelson y alrededor de la cual se articularán actividades paralelas. Celebra así el centro los 75 años del «Guernica», obra fechada en 1937. Dos plantas albergan «Encuentro con los años 30», que ha contado con la colaboración de Acción Cultural Española y muestra un 75% de obras nunca vistas en España. La primera sala, dedicada al realismo, recibe con una obra singular de Antonio Berni, un lienzo modernísimo que refleja la importancia que tenía entonces el deporte: «New Chicago Athletic Club». ¿Qué hace diferente a estos diez años del siglo pasado? Para el director del centro, Borja-Villel, «los regímenes totalitarios comienzan a absorber las vanguardias, el artista entra en conflicto consigo mismo mientras busca su yo. Se incorporan, además, los medios mecánicos de masas como el cine o la fotografía, que desarrollan un lenguaje original que trata de llegar al mayor número de personas posible. El periodo está tocado por un elemento teatral en el que la escenificación llega a tener una vital importancia». Junto a estas premisas destaca Goya, al que se llega incluso a usar con fines propagandísticos. Según el responsable del museo, este panorama se parece mucho al de hoy (con una sociedad, la norteamericana, que se hunde tras el «crack del 29»). Junto a Berri, Ángeles Santos, Togores o un Siqueiros sobrecogedor. La sala siguiente nos lleva a la abstracción. Calder, Schwitters, Harp, Reinhardt, Moholy-Nagy y Naum Gabo. Ellos ceden el testigo a las exposiciones universales, como la de París de 1931 o la Mostra Fascista. El surrealismo permite ver la influencia de muestras que tuvieron su centro en Tenerife (1935), Londres (1936), París (1937) y México (1940). Picasso, Ernst, Óscar Domínguez, Matta, Magritte y Delvaux cuelgan de las paredes. La fotografía, el cine y los carteles propagandísticos forman parte de este periodo. La segunda planta (Segunda República, Guerra Civil y Exilio) arranca con una escenografía de Alberto Sánchez para «La romería de los cornudos» (1933) que no se veía expuesta desde hace 12 años junto a publicaciones de «Misiones pedagógicas» o de La Barraca. El fin de la paz se hace cada vez más presente, sobre todo con obras que imitan un realismo de corte soviético. Queda reivindicado el dibujo satírico con los aguafuertes de Bartolozzi y los encargos realizados para el pabellón de 1937 por Miró o Picasso. A modo de broche, la película realizada por Buñuel en México, «Los olvidados».

Cuándo: hasta el 7 de enero. Dónde: Museo Reina Sofía, Madrid. Cuánto: desde 3 euros.

Schiele, el irreverente desgarro del alma
En la obra íntima es donde el artista revela su talento y se muestra cómo es desnudo de complacencias y convencionalismos. Schiele encontró en el esbozo urgente, en el papel suelto, el espacio adecuado para liberarse de las ataduras de su época. Y fraguó, en ese soporte frágil y perecedero, una obra pictórica irreverente, escandalosamente libre, desprendida de academicismos. Unos trabajos de trazo fuerte, pero sinuosos, que en realidad eran un psicoanálisis encubierto de esa Austria de hipocresías y rostro bifaz que se hundía ya en las tempestades de su tiempo. Creó un mundo de acuarelas, dibujos y gouaches que resquebraja los cánones existentes de la belleza e inventa otros nuevos por vía de la desestetización y la exaltación de lo supuestamente feo, incorrecto. Una perspectiva nueva de la pintura que era el retrato oculto de una sociedad desgarrada. El Guggenheim de Bilbao reúne un centenar de estas piezas procedentes de la Albertina Museum. La muestra, comisariada por Klaus Albrecht Schröder, director de esa institución, es un recorrido cronológico por sus rebeldías y pugnas que le ayudaron a conquistar todas las posibilidades de su talento. Schiele encuentra en Van Gogh y Munch la fuerza para afrontar de manera distinta el color y, a partir de ese momento, escapar de la sombra protectora de Klimt y sus influencias. Lo que encontró fue una renovación pictórica cuya modernidad alcanza nuestros días. Esas figuras aisladas, sostenidas por sí mismas en un espacio sin referencias, en el que existen los objetos, se intuyen, pero no se ven –como el «Chelista» sin chelo–, es una metáfora de unos años en que los hombres no tienen nada en que apoyarse. La pareja no consuela y lo material no sostiene. Todos permanecen desvalidos ante el futuro. Una situación que casa con la actual europea. «Refleja esa personalidad interior en el cuerpo, la enfermedad del espíritu y la plenitud del arte de Klimt –explica Schröder–. Con las fotos de esquizofrénicos se dio cuenta de que poseían una mímica diferente. Recurre a la gestualidad, que le ayuda a expresar las fuerzas ocultas que mueven a las personas. A través de esa mímica nos expresa el desgarro interior y del alma. Vemos cuerpos en descanso, pero con un movimiento interior existencial. En última instancia, siempre estamos solos». La mujer de Schiele murió de gripe española en octubre de 1918. Estaba embarazada de seis meses. Tres días después, falleció él de la misma enfermedad. Justo el día que se firmó el armisticio de la Primera Guerra Mundial y su mundo, el que había crecido, desaparecía y se convertía en el sucesor de Klimt. Se fue justo cuando al artista se le empezó a llamar maestro.

Museo Guggenheim de Bilbao
Hasta el 6 de enero de 2013
Entrada: 8 euros