Afganistán
Trípoli bajo el caos de las milicias
La batalla por Trípoli ha terminado y la ciudad trata de volver a la normalidad, pero en sus calles todavía hay muchísimos hombres armados. La mayoría son rebeldes que forman parte de las muchas «qatiba» o batallones que participaron en la operación para liberar la capital, algunas pertenecientes a la propia ciudad y otras llegadas de las montañas de Nafusa (oeste) y de Misrata (este).
Sólo de Misrata –donde se produjo una de las batallas más sangrientas de toda la guerra libia– hay 16 grupos de combatientes, conocidos por ser de los más duros: unos 6.000 hombres en total, cuenta a LA RAZÓN Mohamed Mashdub, el comandante de una «qatiba» misratí. Ayer, el Gobierno rebelde dio la orden a los batallones que no son de Trípoli de abandonar la capital: el motivo oficial es que la capital ya es segura y su presencia no es necesaria, pero las autoridades tratan de evitar que en la ciudad se concentren todas las fuerzas rebeldes y surjan los primeros conflictos entre ellas.
El jefe de un batallón de Zintan, que prefiere permanecer anónimo, dijo a LA RAZÓN que vino desde la región de Nafusa con más de 1.000 hombres y que ahora no tienen intención de marcharse, porque Trípoli es el trofeo más deseado de esta guerra.
Un islamista al mando
Asimismo, rechaza el nombramiento de Abdelhakim Belhagh como presidente del Consejo Militar de Trípoli, órgano que engloba y trata de organizar y controlar a todas las «qatibas» de la capital. Belhagh es un conocido islamista, con supuestos vínculos con Al Qaida. Combatió en los ochenta en la guerra de Afganistán contra los soviéticos y en los noventa se enroló en las filas del Grupo Islámico Combatiente de Libia (LIFG), convirtiéndose en enemigo de Gadafi. Belhagh estuvo dirigiendo desde Darna uno de los batallones más conocidos y sangrientos de la Cirenaica desde que comenzó la guerra.
Belhagh ha obtenido su recompensa por la ayuda prestada desde el principio de la revolución, algo que no a todos ha gustado. El islamista habría liderado los hombres que entraron en Bab al Azaziya, el complejo residencial de Gadafi, la semana pasada, pero, según los rumores, todavía se encontraba en Darna y viajó a Trípoli cuando la batalla ya había terminado.
Un colaborador de Abdelhakim Belhagh, Wasim al Masry, explicó a LA RAZÓN que el Consejo Militar de Trípoli está formado por diez miembros, representantes de los barrios de la capital y que lideraron la operación de liberación.
Mientras, los rebeldes de Misrata y de Nafusa están algo molestos con el hecho de no estar recibiendo el reconocimiento que creen que se merecen. Al Masry admite que los de Trípoli contaron con mucha ayuda desde fuera, sobre todo desde Misrata, de donde llegaron la mayor parte de las armas por el mar. Al Masry dice que ahora la prioridad del Consejo Militar es mantener la seguridad en la capital. Sus chicos son, por ejemplo, los que ayer custodiaban la antigua plaza Verde –ahora plaza de los Mártires– con motivo del rezo del viernes, sellada con barreras de cemento y rodeada de jóvenes con «kalashnikov» ante la posibilidad de un atentado de los gadafistas. Por ello, todavía no es el momento de llevar a cabo el desarme en la capital, dice Al Masry, pero éste será el segundo paso. En algunos lugares de la capital ya han empezado a registrar pistolas y rifles: cada persona tiene que obtener una especie de licencia de armas, aunque por el momento no se le pedirá que las entregue. Los permisos, que se gestionan en cada barrio, permiten saber cuántas armas hay, quién las tiene y retirarlas todas cuando llegue el momento. El problema es que, cuando ese momento llegue, puede darse el caso de que muchos no quieran entregar su arma o sólo respondan a las órdenes de su milicia, que no tiene porqué obedecer a los órganos superiores. El líder del batallón de Zintan dice que es él el que decide cuándo y cómo da o quita las armas a sus hombres. Mientras, uno de los integrantes de la milicia de Misrata nos mostraba su fusil Beretta, aún nuevo y con código de barras, robado de un arsenal de Gadafi en su residencia de Bab al Azaziya. Para las autoridades es imposible saber cuántas armas hay actualmente en manos de los rebeldes, que las robaron de los arsenales de Gadafi, las compraron en el marcado negro o llegaron desde el exterior, por ejemplo las enviadas por Qatar.
Una vez derrocado Gadafi, los rebeldes tratan de repartirse el poder, teniendo en cuenta los intereses de las regiones, las tribus, sus lealtades e influencias, las ideologías y el papel que ha tenido cada grupo en estos seis meses de guerra. Y todo ello en un país donde se estima que hay al menos un fusil por cada habitante.
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