Belleza

Escuchar al cuerpo por Paloma PEDRERO

Escuchar al cuerpo, por Paloma PEDRERO
Escuchar al cuerpo, por Paloma PEDREROlarazon

El cuerpo es más sabio de lo que pensamos. Y lo escuchamos poco. La cabeza tirana, la sociedad tirana, el medio ambiente enfermo, lo maltrata apenas sin piedad. Lo contaminamos con humos corrompidos, con alimentos mal manipulados, con aguas turbias, con ruidos insoportables, con excesos de todo tipo. Casi todos comemos demasiado o bebemos sin control o fumamos con ansiedad. Doblegamos ojos y espaldas con ordenadores, nos zambullimos en perezas y tomamos soles de ozono de forma desorbitada cuando llega lo más crudo del crudo verano. El cuerpo responde con señales muy claras.

Al exceso de comida, con sobrepeso y otras acideces; resaca con la bebida, tos y dolor en el pecho con el tabaco, contracturas y nieblas de ojos con los ordenadores, torpeza ante la pereza, alergia en la piel ante tanto sol… Pero seguimos sordos a sus llamadas. También lo torturamos con nuestros pensamientos y emociones negativas. La impotencia le tensa, el miedo lo encoge, el resentimiento lo consume, la envidia lo corroe, el desamor lo mata. Y el cuerpo habla y avisa. Grita y enmudece.

Sólo cuando nos deja cao, tumbados en una cama o doblados de pena, nos damos cuenta de lo que vale tenerlo contento. Sin embargo, pronto olvidamos sus quejidos y retomamos nuestras autodestructivas costumbres. Hasta que quizá un día algún órgano vital se daña de forma irreversible y el corazón firma su electrocardiograma último. Es difícil, sé lo complicado que es cuidarse de verdad en estos tiempos de cólera. Compaginar el agotamiento con la poesía, los mejillones del fútbol frente a la televisión con la observación del arco iris. Sé lo complicado que es comprender que el cuerpo necesita también del alimento espiritual. ¿No cura la música buena? Por qué nos metemos entonces tanta dosis de charanga televisiva y griterío. Cura también el arte y los paisajes bellos y la mirada de los niños… El cuerpo, juguete de los tiempos, necesita un poco de nuestro silencio para ser escuchado. A mí ahora el mío me dice que apague el cigarro. Y yo, impasible, apuro las últimas caladas.