Castilla-La Mancha

España no es la Selección (III) por César Vidal

La Razón
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Si la Selección española de fútbol se diferencia de España en la calidad de sus componentes y de su entrenador, la diferencia aún resulta más acentuada si cabe en lo que se refiere a la unidad. Nunca subrayaré lo suficiente mi ignorancia en materia futbolística, pero tengo por cierto que la victoria es la labor de todo un equipo. Sin un portero que sepa parar goles o una defensa eficaz, la labor de los delanteros puede verse más que abortada y, a contrario sensu, de nada sirve un cerrojo infranqueable ante la puerta si alguien no marca cuanto más mejor. He escuchado lo suficiente a los aficionados para tener una idea de que sin determinados pases no hay quien consiga un tanto. Pues bien, en España, gracias a los nacionalismos y al malhadado sistema de las autonomías, no se pasa un balón ni por casualidad. Los más cabestros inician campañas para consumir «productos de cercanía» olvidando que sólo le pueden ir bien a su región si toda España, en su conjunto, funciona bien. Se multiplican las ridículas embajadas autonómicas en el extranjero con la única consecuencia de confundir al posible comprador en otros países y –reconozcámoslo– de colocar a los amiguetes. Se apuñala a la región de al lado negándole el agua por eso de que puede crecer compitiendo con la propia. Y, por supuesto, salvo cuando un desastre natural afecta a alguna provincia vascongada y el lehendakari pide la ayuda de «los pueblos del Estado español», la única solidaridad real es la de los contribuyentes madrileños pagando con sus impuestos la deuda de Cataluña, los gastos sanitarios de los que vienen de Castilla-La Mancha o el PER andaluz. Ni siquiera en momentos de verdadera alarma, como fue la quiebra de las cajas de ahorros, se logró que éstas se fusionaran en condiciones sensatas y razonables porque lo absurdamente local primaba sobre lo indispensablemente nacional. Las consecuencias de esa división suicida las estamos sufriendo de forma trágica. España no puede meter un solo gol en el plano internacional porque hay regiones donde se prohíbe la enseñanza en su lengua común que, a día de hoy, es su mejor patrimonio; porque las inmundas miserias regionales prevalecen sobre la grandeza de los intereses de la nación y porque las oligarquías locales prefieren que todo se hunda antes que reducir sus clientelas. Cada jugador corre a la buena de Dios –o a la mala del Diablo, dicho sea con más propiedad– y, en lugar de empujar el balón para que otro pueda meter un gol en bien de todos, se dedica a poner la zancadilla al compañero, a denigrarlo o a decir que no hubo penalti sino que la culpa fue del que luce su misma camiseta. Con ese panorama de estúpida desunión, no puede extrañar a nadie que esta nación se encuentre donde se encuentra.