África

Bangkok

Rendición o muerte a los rebeldes «thais»

El acoso militar y los francotiradores están mermando por horas las filas de los indefensos rebeldes campesinos. 

Manifestantes y sanitarios cargan con el cadáver de un «camisa roja», ayer, en Bangkok
Manifestantes y sanitarios cargan con el cadáver de un «camisa roja», ayer, en Bangkoklarazon

Ya no hay nadie defendiendo la barricada de Phloen Chit. Para entrar en el eje del fortín rebelde basta saltar sobre una pila de neumáticos y deslizarse entre varas de bambú. Los «camisas rojas», que desde hace dos meses controlan las arterias del centro de Bangkok, pierden terreno cada hora que pasa. Su precaria resistencia sufre penosamente ante el acoso del Ejército, sobre todo de los vehículos militares y de los francotiradores que disparan desde las azoteas de los edificios y que ayer quedaron a la vista en varios puntos de la ciudad. Los altos mandos insisten en que sólo se ordena apretar el gatillo cuando se enfrentan a rebeldes armados. Les contradicen, sin embargo, los testigos presenciales y las imágenes que éstos consiguen sacar con sus teléfonos móviles: hombres indefensos corriendo por su vida que reciben tiros por la espalda, adolescentes con los sesos esparcidos por la calzada y ancianas abatidas de un tiro en la cabeza. Al cierre de esta edición el recuento oficial de muertos elevaba la cifra hasta 29 y los disparos y explosiones seguían escuchándose en varios puntos de la ciudad.La estrategia del Gobierno tailandés sigue siendo la misma de los últimos días: asfixiar a sus rivales antes de la carga final. Un portavoz, Panitan Wattanayagorn, explicó ayer en un mensaje televisado a la nación cómo tiene pensado resolver su Ejecutivo la situación, descartando ya cualquier posible negociación y negándose a aceptar la intercesión de la ONU propuesta por los rebeldes. «No queremos la mediación de la ONU. Ningún Gobierno tailandés ha dejado nunca que nadie intervenga en nuestros asuntos internos», sentenció. A cambio, ofreció un ultimátum: los rebeldes que quieran abandonar la lucha y que no «hayan cometido crímenes» no sólo podrán regresar a su casa, sino que el Gobierno les costeará el desplazamiento hasta las zonas rurales de las que proceden. Excluidos quedan los cabecillas, que tendrán que enfrentarse a un tribunal. Aquellos que acepten la rendición, insistió Wattanayagorn, tendrán que hacerlo antes de las tres de la tarde de hoy (hora local). A esa hora concluye el plazo y se espera que el desalojo forzado empiece al caer el sol.La Cruz Roja llegó a un pacto ayer con el Gobierno y con los «rojos» para evacuar a mujeres, ancianos y niños. Algunos accedieron a marcharse del campamento rebelde y se les vio pasar junto a los soldados acarreando sus fardos. Otros muchos decidieron resistir. Empiezan a escasear, incluso, los puestos de arroz y fideos, las tiendas con «souvenir» revolucionarios y los tenderetes de ropa que durante semanas abastecieron el recinto ocupado. Algunos simplemente se han desplazado unos metros y ahora cocinan para el Ejército y la Policía al otro lado de las trincheras.Para ahogar la sublevación también en el plano económico, el Ejecutivo de Abhisit Vejjajiva anunció anoche que congelará decenas de cuentas bancarias de los cabecillas y de quienes los financian, comenzando por el ex primer ministro Shinawatra, que fue derrocado por un golpe en 2007 y quien ha coordinado desde el exilio la actividad de los rebeldes. Los cabecillas de la revuelta aseguran que miles de refuerzos intentan llegar a la capital desde el campo, pero son frenados por «check-points» militares. El estado de excepción se extiende a todas las provincias «rojas» ante el temor de que la lucha prenda.