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Fraga gran hombre de Estado

La Razón
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La muerte de Manuel Fraga cierra un capítulo humano, político y social sin el cual resulta incomprensible el último medio siglo de la historia de España. Protagonista excepcional de la Transición, padre de la Constitución y leal servidor del Rey, su figura resume como una metáfora exacta el transunto de una España malherida por la Guerra Civil que se reconstruye sobre sus cenizas, se enfrenta con éxito a la reconciliación entre los dos bandos y, finalmente, entra en la normalidad democrática con la alternancia en el poder entre socialistas y conservadores. En todas estas etapas jugó Fraga el papel de protagonista. Como ministro de Franco, impulsó la modernización de un sector turístico que resultaría de vital importancia económica, pero tamnbién política, para la modernización del país. Al mismo tiempo, descorrió, aunque fuera levemente, los pesados cortinajes del régimen que impedían la la luz de libertad de información y opinión con una reforma de la ley de prensa. Pero sería en los turbulentos y cruciales años de la Transición democrática cuando emergería Manuel Fraga como un gigante de la política que puso todas sus energías y su enciclopédico conocimiento al servicio de la democracia y de la reconciliación entre los españoles. Desde sus postulados netamente conservadores, de los que jamás abjuró, contribuyó no sólo a redactar la mejor Constitución posible en aquellos años, sino también a redefinir el papel de la derecha en el juego político. No fue una tarea fácil ni menor. Los «camisas viejas» y el franquismo más enquistado formaban un conglomerado con la suficiente fuerza como para arruinar los esfuerzos democráticos del sector conservador. Fraga lo impidió con su autoridad moral y su inagotable capacidad de trabajo. Cuando sobrevino el momento crítico para la derecha, con la voladura de la UCD de Adolfo Suárez y la victoria del PSOE en las elecciones de 1982, Fraga se impuso la tarea de reconstruir un gran partido conservador (AP) perfectamente homolagable a los estándares europeos. La travesía fue larga, pero al fin vio la luz a principios de los noventa con la incorporación de una nueva generación en la que sobresalía José María Aznar. Una vez más, Manuel Fraga dio muestras de gran generosidad, de su visión de futuro y de su talla como hombre de Estado. Sólo álguien con tales cualidades es capaz de identificar el día y la hora en el que debe ceder el testigo. Lo mismo hizo como presidente autonómico, cuya gestión colocó a Galicia en cotas inéditas de progreso. La victoria del PP en 1996 fue la justa recompensa a 20 años de infatigable trabajo y el reconocimiento a su talento como político. En la hora de su despedida nos deja, además, una última lección de especial interés para estos tiempos: la de la honradez. Dedicó toda su vida al servicio público y sus bienes se reducen a una modesta cuantía que hasta hace un mes se podía consultar en la página web del Congreso.