Salamanca

Sin ánimo de abstenerme por Sabino Méndez

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El escritor nunca debe confundir la felicidad del lector con la suya propia. Muchas veces nos toca escribir sobre cosas nada apetecibles, pero que sabemos que interesan de manera vivísima a los lectores. Una de ellas es, obviamente, la siempre desafortunada política, de la cual es obligado hablar por mucho que la campaña electoral municipal esté resultando una lamentable escenificación de lugares comunes hecha por una pandilla de aficionados sin mucho talento. Los candidatos se acusan entre sí de la misma cosa y la contraria, y hasta Durán Lleida, uno de los pocos miembros del Congreso que daban cierto lustre a esa penosa institución, está cayendo muchas veces en la tontería en cuanto le ponen un micro delante.

Hoy, cuando alguien me habla de política, dejo que la conversación languidezca hasta convertirla en un intercambio cultural entre hombres letárgicos como yo. Para completar ese cuadro de una banalidad afligidora, se presentan en los pueblos unos candidatos que, en muchos casos, parecen haber sido desenterrados recientemente del pie de un plátano del barrio de Salamanca, donde sin duda han reposado los últimos cuarenta o cincuenta años, dada su apariencia externa y sus conocimientos de los asuntos públicos.

¿Dónde están los grandes estadistas? ¿Qué fue de aquella generación de políticos brillantes de la transición? Los políticos actuales, sobre todo los de la política más cercana (la local) parecen en muchos casos incapaces de grandes gestos asertivos y sosegados, sin el aplomo necesario para ejecutarlos fuera de un contexto de crispación. ¿Nuestra política va a ser entonces nada más que esta especie de pelea de verduleras? Que se lo pregunten a sí mismos íntimamente. Más que nada por la felicidad del votante, de la cual dependerá el nivel de abstención que marcará la credibilidad de su sistema democrático.