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Hablar de la enfermedad por Paloma PEDRERO
Antonio Gala está hablando de su enfermedad públicamente. Y es muy de agradecer. Es tan extraordinario escuchar a alguien, quizá en la antesala de su defunción, hablar de ello serenamente. Es tan necesario… No sé por qué en esta sociedad nuestra se vive la enfermedad con cierta vergüenza. Es algo demasiado íntimo, dicen muchos, y pienso yo, ¿no será que le tenemos terror? Porque la enfermedad puede venir de muchos lugares y ser muchas cosas, pero jamás debemos culpabilizarnos. Eso es no comprender la existencia. No querer reconocer el que todos estamos aquejados de algo y que, en algún momento, incluso en el más inesperado, nos vamos a ir de aquí. La muerte es parte de la vida y hay que dejarse de remilgos y disimulos, de esa falsa relación con ella. Si lográramos aceptar que la enfermedad y la partida son compañeras de viaje no sentiríamos ese horror, estaríamos familiarizados e, incluso podríamos reírnos con ellas en algunos momentos. Pero nuestra cultura es la del apego y la negación. Pobres. Porque eso nos hace inseguros y débiles y, sobre todo, muy infelices. Nacer, crecer, multiplicarse y morir, ése es el ciclo de los seres vivos, nos lo decían de niños. Sin embargo, enseguida, salvo lo de crecer, el resto se convertía en tabú. Nada de hablar del sexo, nacimiento o muerte. Sólo en las películas, mejor en la ficción. Sólo de mentirijilla. Pero no, queridos, la parca está ahí, porque si ella no existiera nada tendría sentido y todos seríamos estatuas de piedra. El tiempo tiene que pasar para que podamos vivir, transformarnos, desaparecer, lograr la maravilla de cerrar el ciclo. ¿Por qué nos cuesta tantísimo aceptarlo? Sería tan sencillo si nos educásemos de otra manera. Si supiéramos vivir sin aferrarnos, encontrando hermosura en el paso del tiempo y sus frutos. Por eso me reconfortan las palabras de Antonio Gala hablando de su cuerpo ahora como un campo de batalla, de su alegría por recibir premios aún y de su confianza en que después de haber vivido intensa y extensamente le toca marchar tranquilo. Pues sí, valiente maestro, sigamos hablando mientras tengamos voz. Y mil gracias.
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