Historia

Buenos Aires

César o nada: Rubalcaba por Martín Prieto

La Razón
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Una noche de fin de semana me llamó a mi casa de campo y realmente no supe para qué (era en ese momento ministro de Educación del tercer mandato de Felipe González) y sólo me dijo que telefoneaba desde su despacho y que se encontraba muy cansado. Estuve por ir a saludarle, pero en esos momentos me encontraba lejos de Madrid y pensé en la soledad del Poder suponiendo que el uso compulsivo del móvil es para mucha gente un desagüe de tensiones. Almorzando con él un mediodía le di dos besos en la cara, como si aún estuviera en Buenos Aires, donde los hombres no recelan de rozarse las mejillas, y me apartó como si fuera a estamparle un ósculo en la boca. Casado con otra científica, sin hijos, este químico parece no darse a otras efusiones que las partidarias durante los mítines, a menos que sean mujeres, entre quienes dicen que despierta gran éxito. Como universitario este cántabro fue corredor de no sé cuántos metros libres y se le nota la soledad del fondista habiendo dedicado casi toda su vida a la política, y ésta sí que es una maratón que como el mensajero ateniense acaba con la muerte. Tampoco es el monstruo de frialdad que se supone, y adoptó a dos huérfanos de su familia cuyos padres habían muerto en un accidente de tráfico. Pero conviene mantenerse bastante lejos de él porque políticamente es un asesino en serie y muy silente. Hijo de un piloto militar franquista, posteriormente pasado a «Iberia», se crió en el madrileño y exclusivo Colegio de El Pilar, cuna de próceres madrileños, donde hizo el único amigo íntimo que se le conoce: Jaime Lisawestky, eterno rondador de la Alcaldía de Madrid. Cenas de matrimonio, viajes y esas cosas. Madridista, compartía palco en el fútbol con Chencho Arias y Justino Sinova. No se tiene constancia pública de su paso por nuestra Transición, aunque nadie le supone limitándose a enseñar la tabla de los elementos en la Universidad Complutense. Públicamente aparece como segundo de José Antonio Maravall durante el primer Gobierno de Felipe González, «tótem» con el que no se le conoce alguna relación personal especial pese a los cargos que ostentó como vocero presidencial, repitiendo a continuación como Ministro de Educación. Le tocó la protesta estudiantil del «Cojo Manteca» y con su jefe Maravall bajó el nivel educativo español hasta colocarlo a la cola europea para que los educandos no sufrieran estrés en las aulas. En su época se fragua la contratación de un aluvión de profesores progresistas, los PNN, con la pérdida progresiva de autoridad de los educadores. Al final de la travesía del desierto, desde Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero, apostó por el caballo perdedor –José Bono– sin olfatear la sorpresa. Se creyó muerto pero Felipe convenció a ZP de su condición de imprescindible y de su experiencia en el manejo del Grupo Parlamentario Socialista. Ministro del Interior, portavoz y viceprimer ministro del optimista antropológico de Zapatero, tampoco vislumbró crisis financiera alguna y continuó con la manía zapaterista de tender puentes con la banda terrorista. Si ignoraba la confidencia del Bar Faisán para que escapara el comando recaudatorio de ETA es que fue un pésimo ministro del Interior y muy mal informado por sus subordinados. Con quien lo hizo mejor fue con María Teresa Fernández de la Vega a quien le hizo una cama con volantes para llegar a lo más alto que entonces podía. A su compañera Carme Chacón, con la que tantos lazos políticos urdió, le aplicó la guillotina seca para auparse en Sevilla por aclamación como jefe del desencuadernado socialismo. Son sólo anécdotas propias de quien no tiene una segunda vida (ya olvidado de las Ciencias Químicas), lleva bastantes años jugando partidas simultáneas de ajedrez y luce su lema borgiano de «Aut César aut nihil».