Barcelona
Trofeo
La manifestación contra la sentencia del Constitucional en Barcelona y, al día siguiente, la final del mundial con la selección española como indiscutible protagonista pusieron en evidencia como nunca que una cosa es predicar y otra dar trigo. Montilla, rodando en la habitual caída libre de histeria típica de los caciques cuando fracasan como Ibarretxe, tuvo que ser protegido de sus propios gobernados. La selección, en cambio, triunfó incontestablemente y a la mañana siguiente su buen hacer estaba en las portadas de todo el globo terráqueo. El trofeo que obtuvo tomó su forma en 1974 y el país que lo gana lo tiene en depósito durante cuatro años. A lo largo de tres décadas y media, ha sido acariciado por el ácido úrico de las manos de los mejores futbolistas de la historia. Trabajado en oro, tiene (como ya se habrán fijado) la forma de un balón de fútbol, que es a la vez el globo terráqueo. El círculo como símbolo de la perfección. El balón del orbe. Eso sí que es un símbolo polisémico, y no ese símbolo de nación, que obtuvo un fracaso estrepitoso justo un día antes. Los catalanes que juzgamos que el futuro va a ser inevitablemente internacionalista nos partimos con la rabieta resentida del cacique Puigcercós, para quién la selección sin nosotros no sería gran cosa. ¿Estaría en lo cierto si lo describiera como un botarate, un patán o un memo? Ríanse hasta que les crujan las costillas. El pobre no se da cuenta de que con esa afirmación da razón a los catalanes que queremos formar parte de España. Si ella nos necesita, queremos estar ahí. Pero solidaria y honradamente, reconociendo que casi todos los goles los metió un asturiano. Como catalán que conoce de cerca a estos caciques apayasados, prometo la semana que viene una columna sobre Puigcercós con algunos secretillos. Conocerle es amarle.
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