Finanzas

Caradura

La Razón
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Hola, buenos días. Mire, vengo a pedir un crédito. Llevo en el paro seis meses, tengo dos hijos y mi mujer acaba de perder su empleo. El empleado del banco no se creía lo que oía. Qué quería el fulano éste, se preguntaba. Superado el primer impacto, miró detenidamente a su interlocutor. El parado siguió sin parpadear. Vengo a hacerme el test del estrés. Estoy convencido que lo superaré con nota si ustedes me conceden un crédito para hacer frente a la hipoteca y así poder dedicar lo que cobro de desempleo para comer.
El empleado seguía perplejo. No sabía qué hacer. Optó por seguirle la corriente y preguntó. Usted me está pidiendo un crédito, pero en su situación eso será del todo imposible, reafirmó alzando un poco la voz.
El parado, impertérrito, siguió. ¿Por qué? Ustedes han pasado las pruebas de estrés después de cobrar pingües subvenciones públicas que les sirven para pagar los desaguisados y las alegrías de estos últimos años. Ustedes no tienen estrés porque han podido percibir crédito. Yo espero lo mismo. Tenía trabajo, pagaba la hipoteca y me permitía algunos lujos. Luego vino lo chungo. Sólo quiero tener una oportunidad, igual que ustedes. Si me dan el crédito superaré el mal trago.
El empleado seguía atónito. Cuál es la diferencia entre el banco y yo, le preguntaba el parado. Ustedes estaban estresados y han recibido dinero para superar su estrés. Yo también estoy estresado. Si me da un crédito superaré el estrés y volveré a empezar. El parado acabó de patitas en la calle. El empleado, discretamente, había avisado a seguridad. En la soledad de su despacho se preguntaba cómo era posible que hubiera tanto caradura.