Estados Unidos
Los nuevos «cracks» de la ciencia española
Más de 700 jóvenes científicos españoles desarrollan sus proyectos en el extranjero gracias a una beca Marie Curie. Para conseguirla han tenido que demostrar que son más que buenos. Ocho de ellos nos cuentan cómo viven, trabajan y superan obstáculos
En sus tarjetas profesionales figuran nombres españoles en los que han desaparecido las tildes y las eñes. Están escritas en inglés, con el sello de los centros de investigación más prestigiosos de Europa y Estados Unidos. Sus dueños son jóvenes científicos de nuestro país que disfrutan de las becas postdoctorales Marie Curie de la Unión Europea. Hemos hablado con ocho de ellos, de distintas especialidades pero con las mismas inquietudes y aspiraciones, las de unas vidas encaminadas hacia la primera línea de la ciencia.Conseguir financiación«¿Quieres saber qué tuve que hacer para obtener la beca Marie Curie? ¿Tu grabadora tiene suficiente batería? –ironiza David Bernardo, un inmunólogo asturiano que investiga en el Imperial College de Londres–. Aparte de un buen proyecto y un excelente currículo, valoran que tengas iniciativa, posibilidades de integrarte en tu nuevo centro, de volver a tu país, etc. Te preguntan por todo de manera exhaustiva». Pedir una Marie Curie implica redactar una historia profesional en la que hasta los fracasos deben explicarse como aciertos. Para Joan Boren, que salió de Barcelona para investigar el cáncer en Cambridge, «si dejaste un proyecto a medias, debes argumentar que fue porque tú mismo lo decidiste». Primer escalón hacia el Olimpo de los científicos: saber venderse. De eso sabe mucho Álex Perálvarez, biólogo estructural en Harvard: «Hay que demostrar que eres el mejor, a pesar de que muchas veces tú mismo no te lo acabas de creer. Aprendes a darte valor». Hacia la excelenciaLa Marie Curie no es una beca cualquiera. Julia Maldonado, que ya ha vuelto a su Granada de origen tras años en el Instituto de Investigación de Alimentos de Norwich (Reino Unido), explica: «Lo que la diferencia de otros contratos postdoctorales es que, además de pagarte tu sueldo, lleva asociada una bolsa de dinero para que asistas a congresos y compres el material que necesites». Es una inversión de futuro en los jóvenes que deberán ser los próximos líderes de la ciencia europea. «Apuestan por ti si creen que vas a llegar a una posición de investigador. Quieren saber que estás tan implicado como para dedicar tu vida a la ciencia», indica Meritxell Huch, especialista en células madre en Hubrecht (Holanda). Si bien es cierto que cada centro gestiona el uso del dinero, nadie les limita en sus decisiones: aprenden a ser sus propios jefes. Romper el mito «Español»Recibir la beca les da la oportunidad de desarrollar sus proyectos durante dos años en el mejor destino posible. ¿Qué se siente al trabajar en los centros donde se cuece la ciencia más exquisita del mundo? «Yo llegué con el complejo de inferioridad de los españolitos –recuerda Perálvarez–. El primer día, la secretaria me soltó: "No pienses que aquí echamos la siesta". Luego se tienen que callar porque somos los que más horas pasamos en el laboratorio». Todos, en mayor o menor medida, han roto clichés. «Para ser española eres muy organizada», llegó a oír Ana Pérez, que estudia comunidades de parásitos en la Universidad alemana de Duisburg-Essen. Maldonado cree que «los demás no son mejores que nosotros, sólo nos falta creérnoslo. Vamos con una actitud demasiado modesta». w mismo trabajo, menos prestigioSe codean con los mejores, pero viven peor que ellos. «Los doctorandos de Holanda cobran más que un postdoc en España. Con 22 años se plantean tener hijos porque disfrutan de una estabilidad laboral», señala David Bernardo. Está claro que en eso, nos ganan. Perálvarez recuerda su experiencia en Suecia: «Mis colegas de doctorado llevaban al niño de visita al laboratorio, como en cualquier trabajo». Trabajo, ésa es la palabra mágica. Bernardo no puede ser más claro: «En España muchos amigos me dicen "Tío, ¿cuándo dejas de estudiar y te pones a hacer algo productivo?"». Desde el otro extremo de la mesa, la jienense Mónica Relaño, astrónoma en Cambridge, mete el dedo en la llaga. «Esto no se considera un trabajo. Tus recursos son limitados y nadie te va a hacer indefinido hasta los 40. Tus compañeros de carrera entraron en empresas y tienen su casa, su coche, sus niños. ¿Y tú, cuándo te asientas?», se queja. Una vida nómadaCon todo esto, ¿qué pasa con la vida personal? El tema provoca risas y gestos de resignación. «Claro que se resiente, pero trabajamos en esto por vocación. Y si realmente no es así, te vas», asevera Maldonado. No todos son tan rotundos. «Por supuesto que compensa, pero yo creo que no está valorado. Muchos consideran un lujo que me paguen por hacer lo que me gusta, cuando hay gente en las empresas que también está haciendo lo que quiere», puntualiza Pérez. Trabajar sin horario tampoco es un chollo, sino un arma de doble filo. «Tu familia no entiende qué haces un domingo en el laboratorio», afirma el químico Albert Isidro, barcelonés afincado en Cambridge. Por desgracia, las jornadas intempestivas no son lo único difícil de explicar. Más conflictivo resulta, como explica Ana Pérez, el desencuentro geográfico. «Vivir lejos de tu pareja durante dos años de postdoc no es un drama, pero al volver a España, lo más probable es que no encuentres nada en la misma ciudad. Cambias mucho de lugar y al final quien está a tu lado quiere estabilidad».Y volver, volver, volver...En este punto, las risas se han apagado, pero estallan de nuevo ante una pregunta inocente: ¿Y después de la Marie Curie, qué planes tenéis? «Si nosotros lo supiéramos...». Perálvarez concreta un poco más: «El siguiente paso es volver con los programas españoles de contratación de doctores». Para algunos, como David Bernardo, el retorno puede esperar: «A veces pienso que es mejor aguantar fuera hasta que la situación económica repunte», afirma. Una opción que no comparte la bióloga Meritxell Huch: «Yo quiero volver. Mi familia también es importante». Si algo han aprendido es a convivir con la incertidumbre. No saben dónde acabarán, sólo que lo suyo es la ciencia.
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