Berlín
OPINIÓN: La beatificación de Juan Pablo II
El próximo 1 de mayo será beatificado, en Roma, el Papa Juan Pablo II en una ceremonia que presidirá Benedicto XVI, quien durante muchos años fue su primer colaborador como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La beatificación coincidirá con el segundo domingo de Pascua, llamado también «de la Divina Misericordia», nombre dado por el mismo Juan Pablo II, quien dedicó a la misericordia de Dios una de sus encíclicas, la titulada «Dives in misericordia».
En el mensaje de Cuaresma del año 2005, la Cuaresma anterior a su traspaso, Juan Pablo II decía lo siguiente: «Cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia, y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo». Este misterio, el Papa lo vivió sobre todo con ocasión de su última enfermedad y se hizo evidente en las emotivas palabras que dijo a los que le acompañaban en aquellos momentos de dolor. «Dejadme partir hacia la casa del Padre».
La beatificación de un Papa, al que casi todos hemos conocido y seguido en su largo pontificado, nos aproxima a la santidad. El reconocimiento de la santidad no recae en este caso sobre alguien lejano en el tiempo, al que conocemos gracias a la historia y a sus biografías. Esta beatificación pone ante nuestros ojos un ejemplo de santidad de un Papa que ha sido contemporáneo nuestro, al que hemos visto y con quien podemos afirmar que hemos convivido, sobre todo gracias a los medios de comunicación.
Es bueno que la santidad se nos haga cercana, porque la santidad es el tesoro de la Iglesia y, como dijo el Concilio Vaticano II, es la vocación de todos los cristianos, sea cual sea su estado de vida dentro de la Iglesia. Con el testimonio de los santos se manifiesta la santidad misma de la Iglesia y se continúa la obra de la salvación. Los santos y las santas son verdaderos testigos de la fe y han sido siempre fuente y origen de renovación en los momentos más difíciles.
Hemos de agradecer a Dios la calidad de los últimos pontífices de la Iglesia católica. En cuanto a Juan Pablo II, hemos de agradecer lo que hizo dentro y fuera de la Iglesia en su pontificado de veintisiete años de duración, que ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia. En su servicio al mundo de hoy, se ha de remarcar su aportación a la caída del Muro de Berlín, con todo lo que significó para la unidad de la Europa Oriental y Occidental. Y también su defensa de la paz, de la dignidad de cada persona humana y del respeto a los derechos humanos.
Nuestra Archidiócesis de Barcelona siempre ha estado presente en los grandes acontecimientos de la Iglesia celebrados en Roma. Tal presencia ha llegado a ser una constante de nuestra historia religiosa. Por eso, y con motivo de la próxima beatificación de Juan Pablo II, nuestra Archidiócesis ha organizado una peregrinación a Roma que tendré el gozo de presidir y en la que os invito a participar. Nuestra presencia en Roma en esta ocasión será una muestra de agradecimiento a Juan Pablo II, que visitó Barcelona el año 1982, y también a Benedicto XVI, quien nos ha visitado recientemente.
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