Historia

Lorca

Las gafas de Carrillo por Pedro Narváez

La Razón
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Supongo que su familia lo querría ver como siempre, pero no por eso deja de resultar chocante la postrera imagen de Carrillo, muerto en su ataúd con las gafas puestas, como si su fantasma fuera a alzarse a pedir un cigarrillo o una confesión in extremis ahora que se llevan tanto las series de fantasmas y vampiros. Al cabo, el viejo comunista era un muerto viviente al que de cuando en cuando sacaban de la tumba para que le limpiaran el polvo en la universidad. Hay finados que se visitan al menos una vez al año para comprobar que siguen ahí y que la humanidad respire tranquila, aunque siempre hay un vivo que le supera. Hoy el conde Drácula sería un aprendiz de pérfido y hasta un seductor sin problemas de erección. Carrillo es ya ceniza de otra época y al menos no habrá que buscar sus restos agujereando los campos como si nos hubiera atacado una plaga de hediondos gusanos, al lado de la fuente clara que diría Lorca, o pedir, como el juez Garzón hizo con Franco, un certificado de defunción. Quién sabe si la médium que sale por televisión nos dará noticias de su paradero y si lleva la estaca en el corazón, y, lo más curioso, si en el sitio que habita necesita gafas para juzgarse a sí mismo con la letra pequeña de las grandes ocasiones. La palabra de la semana ha sido transición, que puede ser hacia la vida o hacia la muerte. Estamos en tránsito o en trance. Hace un par de semanas vi por casualidad el sol aparcarse en las tumbas de Paracuellos, que es ahora un lugar rosa donde vive Belén Esteban. Un escalofrío precedió a la tormenta en una imprevista escena bíblica que hoy cobra sentido una vez desenterrados los recuerdos y las penas. Avisados están: no quiero que me entierren con gafas.