Literatura

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Los diablos van en diligencia por Joaquín ARNÁIZ

La Razón
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No están las librerías españolas acostumbradas a medir a los autores por metro de libros. Y mucho menos a tener autores españoles que vendan millones de volúmenes. Y todo eso arrancó en 2001 con una novela de un autor sólo conocido por sus narraciones para el público juvenil e infantil. «La sombra del viento», de Carlos Ruiz Zafón. Fue finalista del Planeta, pero Terenci Moix, una de las personas con más sensibilidad literaria y humana de la literatura hispana, se empeñó en que la editorial la publicara. Acertó de pleno y esta primera obra de Zafón sobre una Barcelona tan especular como real cazó a los lectores al vuelo. Tras ella, «El juego del ángel» y, ahora, se anuncia para noviembre «El prisionero del cielo», dedicada a la Barcelona de los años 40 y 50.

La Barcelona de las Ferias Internacionales de Mendoza o de los «aventis» de Marsé, o de los gourmets de Vázquez Montalbán es también la de «Cementerios de los libros olvidados», de Ruiz Zafón. Porque Barcelona es un misterio en sí misma, desde las bombas anarquistas de principios de siglo a los empresarios capitalistas mandando construir a Gaudí caprichos barrocos. Fantasía de fantasías, Barcelona es sobre todo una construcción mental con espejos del Callejón de Gato, con artillería obsoleta en sus castillos, barrios como el Raval o palacios para esconderse los Peter Pan de los retoños de las mejores clases conservadoras. Y todo ello hace soñar a Ruiz Zafón en un viaje de enigmas, de diablos que van en diligencias nocturnas, de empresarios en sus reservados de madera de caoba. Si el viento tiene sombra y los ángeles juegan, el cielo también tiene sus especiales cárceles, quizá con vírgenes negras o con libros que nunca editaría Barral. Cónsules de Filipinas, viajeros del sur o editores con bastón de puño de plata, Barcelona es, en Ruiz Zafón, alquimia de misterios e historias, de principios del siglo XX a la posguerra, del amor a los libros, y con jóvenes empresarios que terminan convirtiendo sus sueños en pesadillas.

Joaquín Arnáiz