Cataluña

OPINIÓN: La Asunción de María signo de esperanza

La Razón
La RazónLa Razón

La Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo es un dogma de fe reciente. Fue proclamado por el Papa Pío XII el año 1950, después de una amplia consulta a todos los obispos del mundo sobre la presencia de esta verdad en la fe del pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II reafirmó esta doctrina retomando las mismas palabras de la definición dogmática de Pío XII en el capítulo octavo de la constitución sobre la Iglesia, en el que se lee esto: «La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte».
Como indica el Concilio, la Asunción de María –llamada también a veces la Pascua de María– es una participación singular en la resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos. Ella vive ya aquello que cada creyente, la Iglesia entera y toda la humanidad anhelan vivir un día. La vida plena en Dios, la plenitud de la vida nueva que nos ha traído su Hijo Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI, en su libro de «Meditaciones sobre el año litúrgico», escribe estas palabras: «La Virgen representa la fe como juventud, como el nuevo comienzo de Dios en un mundo envejecido, representa el ser cristiano como juventud del corazón, como belleza y como disposición expectante ante lo que habrá de venir».
Estas palabras tienen una especial actualidad en la fiesta de la Asunción de este año, que nos trae la proximidad de la Jornada Mundial de la Juventud que el Papa presidirá en Madrid, después de los días celebrados en las diócesis, en los que la nuestra ha acogido también a numerosos jóvenes de todo el mundo.
«Con su Asunción a los cielos –afirma también el Concilio Vaticano II– la Santísima Virgen no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz».
Hacia la Jerusalén celestial nos precede María, como signo de esperanza. En la plegaria de la Salve, la invocamos como «vida, dulzura y esperanza nuestra».
Pidámosle, especialmente en la fiesta de la Asunción de este año, que quiera acompañar la peregrinación de fe de los jóvenes que estos días hemos acogido en nuestras diócesis y que ahora se disponen a participar en los actos centrales de la Jornada Mundial de la Juventud. Que Ella interceda por todos para que crezcan en la fe y el amor, para que salgan de su encuentro con el Papa más decididos a ser testigos de Jesucristo en el mundo de hoy. Y también para que muchos de ellos y ellas se animen a seguir a Jesucristo en el sacerdocio y en la vida consagrada a Dios. De esta manera, los jóvenes cristianos de hoy podrán ser signo de esperanza para el futuro de la Iglesia y del mundo.