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Las últimas horas de Ben Ali

Muchas son las incógnitas que encierra la precipitada huida del ex presidente tunecino Zine el Abidine Ben Ali, el pasado viernes. Una jornada histórica que las autoridades francesas, acusadas por la oposición de tibieza con el recién derrocado régimen, están tratando ahora de reconstruir.

La Razón
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Muchas sombras sigue habiendo en torno a las circunstancias en que abandonó el poder. Los Servicios Secretos, según reveló ayer «Le Monde», sospechan que el dirigente no renunció voluntariamente, ante la creciente presión de la calle, sino que fue destituido después de haber perdido el apoyo tanto del Ejército, que se habría negado, según cita el rotativo, a disparar contra la multitud, como del jefe del Estado mayor de quien se cree jugó un rol esencial y fue la persona que instó al dirigente a que saliera del país. Sorprendiendo incluso al mismo Ben Ali, que había grabado una segunda alocución oficial que no dio tiempo a ser emitida. Su marcha fue abrupta, rápida e improvisada. Tampoco parece claro con quién contó el dictador para poder huir. Pero según fuentes del Elíseo citadas por «Le Monde», el autócrata tunecino podría haber recurrido a su amigo libio, Muamar Gadafi, cuyos servicios de seguridad habrían intervenido para facilitar su salida. Algunas hipótesis apuntan a que Ben Ali se encontró a bordo de un avión, sobrevolando el espacio aéreo maltés, y sin plan de vuelo determinado. Sin poder aterrizar en Italia ni en Francia, donde las autoridades le habían declarado «persona non grata». Otra posibilidad es que el mandatario viajara en helicóptero hasta Malta donde recuperó el avión que le llevaría a su exilio, Arabia Saudí. Francia, en todo caso, ha decidido salir del mutismo que ha mantenido durante las últimas semanas. Nicolas Sarkozy no sólo hizo saber que no acogería al denostado Ben Ali, sino que ha pedido al Ministerio de Economía que extremen la vigilancia sobre los bienes que el clan posee. Los servicios fiscales tienen orden de «bloquear todo movimiento financiero sospechoso» en las millonarias cuentas que la familia Ben Ali y sus allegados tienen en bancos galos, para evitar una posible evasión de capitales. Bajo estricta observación se encuentra también su abundante patrimonio inmobiliario en el Hexágono: propiedades en exclusivos barrios de París, entre ellas un piso valorado en más de treinta millones de euros, además de varios chalés en la Costa Azul y una casa en Courchevel.