Barcelona
Monza por Sabino MÉNDEZ
El circuito de Monza es un reflejo de la mismísima vida: igual de tradicional, sinuoso e imprevisible. Allí, hace una semana, Fernando Alonso dio toda una lección de aplomo. Desde los codazos neumáticos de la salida, hasta la épica defensa de la primera plaza tras volver del box, incluso los tifosi italianos enloquecieron con el asturiano. Por eso resulta chocante que el técnico Villadelprat siguiera empeñado al día siguiente, desde uno de los principales medios de prensa nacionales, en negarle el pan y la sal. Le cuesta elogiarlo. Los que somos catalanes conocemos un poco ese mal digerir del cambio de los tiempos. Los primeros ases del motor peninsulares eran de nuestra tierra, cuando la industria del motor estaba muy activa en Barcelona. Por aquel entonces, los aficionados podíamos visitar pequeños talleres-tienda como el de la calle Diputación dónde managers como Jacinto Moriana o técnicos como Antonio Cobas ponían firmes a la tecnología japonesa con productos artesanales. Pero la desaparición de aquellas marcas y el progreso general del país hicieron que, desde los ochenta, afloraran nombres de otras zonas. ¿Éramos acaso tan fatuos y racistas que pensábamos que no podría ser nunca así? La poca generosidad con que se trata a Alonso en la malacostumbrada prensa deportiva catalana hace sospecharlo. Cuando llegue Alguersuari (que llegará porque tiene gran talento), veremos si esa cobertura cambia y nos volvemos a encontrar de nuevo con el ditirambo estratosférico. Pero, hasta ese momento, yo creo que un poco más de generosidad con Alonso no estaría mal. Al fin y al cabo, el asturiano es un piloto aupado por su propio talento, hijo de una familia de clase media y no ha tenido a toda una burguesía regional, ni a grandes apellidos detrás, para llegar a lo más alto.
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