Feria de San Fermín

Ponga un toro en su vida

La Razón
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Entre mis diversas peripecias taurómacas recuerdo en especial una, cuando paseando plácidamente al caer el sereno en un pueblo mediterráneo me crucé con una pandilla de mozos corriendo y, tras esto, me topé doblando la esquina con un morlaco de dimensiones mayúsculas, resoplando fuego y con los ojos como carbones encendidos, que dejó de perseguir a los alegres nativos para centrar su atención en mí, como si dijera «usted debe ser forastero, no le recuerdo de otros años», y decidir mostrarme sus prestaciones laborales. A pesar de mi disposición para afrontar el contratiempo –coger el toro por los cuernos– y luchar como un redivivo Ursus el gladiador, debo admitir que el desigual combate se tradujo en una profesional paliza que duró unos segundos que se hicieron horas (luego me dijeron que casi había batido un récord de aguante). Al levantarme con toda la dignidad que pude, la policía me invitó a acompañarla. «Oiga, mejor detengan a esa fiera corrupta, que es la que me ha agredido» dije, hasta darme cuenta de que estaba convertido en un ecce homo ensangrentado como un Cristo de Murillo. Un dolor y a la vez un placer de lance heroico para conservar en la arena de la memoria.Así son los gozos, emociones y descalabros de la fiesta de los bous al carrer, donde reses talludas, resabiadas y con acumulada mala leche de muchos veranos soportan perrerías y siembran el pánico en las calles, colándose en casas y despeñando abuelos que se refugian a la sombra con el botijo, midiéndoles las costillas a los mozos que los desafían y en ocasiones llevándose por delante a alguna ecologista defensora de la bondad innata de los animales. El ideal de todo simple antitaurino, cuyo ideal es siempre que el toro mate al torero. Los propietarios de estos angelitos presumen orgullosos del instinto criminal de sus pupilos: «Mi Lucero garantiza como poco cuatro cogidas por festejo». Y ahí tenemos al toro Ratón, mítico cornúpeta de 10 años, el más deseado, que lleva en su historial dos corredores muertos y más de 30 corneados. Hasta se ha pensado en clonarlo con subvención de la Generalitat Valenciana para inmortalizar su estirpe. Una forma de confundir la bravura con las escalofriantes dotes del asesino en serie.Todo indica que esta semana el Parlamento Catalán va a prohibir las corridas de toros en sus dominios, mientras se seguirá permitiendo la tradición de los bous al carrer. O lo que es lo mismo, se va a acabar con la emoción del arte para continuar con el vértigo ancestral de la fiesta en bruto. Con voluntad humanitaria, se acabarán celebrando corridas de ciudadanos apaleados. Y es que somos tan civilizados que nos salen los cuernos de adorno.